Hubo un tiempo en el que el nombre de la población de Vinaròs resonaba por toda la geografía española, desde Lleida hasta Córdoba pasando por Badajoz o Ibiza. Eran los años dorados del fútbol de la capital del Baix Maestrat, una ciudad que presumía de equipo. No era para menos: los blanquiazules eran, por aquél entonces, el segundo conjunto de la provincia (tras el Castellón, que militaba en Segunda A). Ahora, después de encadenar dos descensos, ha caído a las catacumbas del fútbol, la Segunda Regional.

El 4 de septiembre de 1977 el Vinaròs abría su etapa más gloriosa al debutar en la recién creada Segunda División B. Consiguió la permanencia, aunque descendió en la siguiente campaña. En 1986, los langostineros bajaron a Regional Preferente.

Cualquier tiempo pasado fue mejor en un Vinaròs que, 40 años después, vive el peor momento de su historia. La entidad sobrevive como puede acuciada por las deudas de los últimos tiempos (en torno a 80.000 euros, reducidos a 10.000 en los dos últimos ejercicios), con una masa social mínima (apenas una veintena de aficionados asiste a sus partidos) y con futbolistas de la población que dan la cara con orgullo, lo cual no ha sido suficiente para eludir dos descensos de forma consecutiva.

Por otra parte, la cantera está dividida entre dos escuelas de fútbol base, el United y el Vinaròs EFC, instituciones que actualmente están lejos de fusionarse o afiliarse al club. De hecho, el único equipo de cantera propiamente dicha de la entidad blanquiazul era el juvenil, pero esta temporada no salió a competir.

Rápido declive

El Vinaròs pasó de un proyecto pensando en regresar a Tercera (14/15) a encadenar dos descensos, fruto de los dos años y tres días que ha estado sin ganar un solo partido. Precisamente, el domingo, con un 1-0 al Vilafamés, puso fin a esa racha, tiempo en el que, incluso, ha sobrevolado la posibilidad de su desaparición.

El técnico, Miguel Gómez, explica cómo ha sido la temporada: «Me propusieron hacerme cargo del equipo, ningún entrenador quería aceptar el proyecto. Me comentaron que, posiblemente, el equipo desaparecería si yo renunciaba, me dio pena... y acepté». «La plantilla se hizo con prisas y a toque de whatsapps o llamadas telefónicas a amigos de los propios futbolistas, buscando gente que pudiera estar interesada en jugar en el equipo», constata. «El verdadero éxito de esta temporada va a ser poder terminarla, lo contrario hubiera supuesto la desaparición del club», añade.

Para Gómez, «la realidad es muy dura». «Se me ha pasado varias veces por la cabeza la posibilidad de dimitir, y eso que soy un hombre de palabra, que me gusta terminar lo que empiezo», analiza. «La directiva me hizo recapacitar», reconoce. «Sentía que no podía abandonar a estos chicos. Hemos hecho un bloque humano muy bueno al que no se le puede reprochar nada y, pese a la complejidad del contexto, hay compromiso: si no fuese así, el equipo ya habría abandonado la competición», destaca.

Ahora, a tres años de su centenario, la realidad del Vinaròs es que está herido de muerte.