Más de un tercio de los futbolistas, tanto en activo como retirados, admiten sufrir depresión y ansiedad. Un estudio de la Federación Internacional de Futbolistas Profesionales (FIFPro) realizado entre 826 jugadores reveló que el 38% de los futbolistas en activo y el 35% de los retirados se enfrentaban a alguno de estos problemas y la situación no experimenta un progreso positivo, pese a que la inclusión de psicólogos en los procesos de recuperación de los futbolistas ya es un hecho habitual en los clubs.

La probabilidad de padecer ansiedad y depresión aumenta en cuatro puntos en aquellos deportistas que han sufrido tres o más lesiones de gravedad, pero en otros muchos casos los problemas se desarrollan tanto por la autoexigencia no satisfecha que se impone el propio jugador como por la presión ambiental que le aplasta cuando no cumple con la expectativas que su fichaje por un determinado equipo había generado.

El caso del barcelonista André Gomes ha vuelto a poner sobre la mesa las dificultades de adaptación de algunos futbolistas. El centrocampista portugués hizo pública su delicada situación un día después de que el central y capitán alemán del Arsenal, Per Mertesacker, desvelara que solo piensa en retirarse a final de esta temporada porque ya no aguanta más lo que ha vivido durante toda su carrera.

«Siempre vomito o tengo diarrea antes de los partidos. Es como si mi cuerpo dijera simbólicamente esto es vomitivo… Ahora mismo prefiero estar en el banquillo o incluso en la grada. Tengo la sospecha de que algunas de las lesiones que he tenido tienen un trasfondo psicológico, que el cuerpo intenta dar paz a la cabeza. Pero nadie lo ha investigado nunca», decía el defensa, internacional 104 veces con Alemania.

La tragedia de Robert Enke

Su compatriota Robert Enke, exportero del Barça, protagonizó el 10 de noviembre del 2009 uno de los episodios más tristes de la historia del fútbol germano. Militaba entonces en el Hannover 96 y se suicidó lanzándose al paso de un tren. Aunque en principio se explicó que no tuvo nada que ver con el fútbol y se relacionó con la muerte de su hija Lara, de dos años, en el 2006, después se supo que los episodios depresivos fueron habituales en su etapa en el club catalán, al que llegó en el 2002 procedente del Benfica para salir al verano siguiente con destino al Fenerbahçe.

Enke no tenía un solo amigo, se aferró a la idea de que todo iba en su contra y le llegaban rumores de que Víctor Valdés era titular por ser catalán… No soportaba, además, la presión a la que le sometía el entrenador de porteros, Frans Hoek, empeñado en moldearle a imagen y semejanza del entonces titular de Holanda: «Ese balón lo habría sacado Van der Sar», le gritaba el técnico, reveló en el libro Una vida demasiado corta el periodista y escritor alemán Ronald Reng, que tuvo acceso al diario en el que Enke plasmaba sus vivencias y que él mismo calificaba como depre-agenda.

Todo se agravó irremediablemente cuando el Barça perdió un partido de Copa y cayó eliminado por el Novelda, de Segunda B. Frank de Boer le criticó en una rueda de prensa y la prensa le pegó duro. En el diario escribió que vivía con miedo, tomaba antidepresivos, le asustaban los partidos y su mujer luchaba para sacarle de la cama. Unos meses antes de su suicidio, no acudió a una convocatoria de la selección por un supuesto virus que escondía un trastorno depresivo. Tenía muchas opciones de haber sido titular en el Mundial de Sudáfrica, en el 2010.

Tampoco lo pasó especialmente bien Vitor Baia en el Barça. Llegó en el 96 con Bobby Robson en el banquillo y Mourinho como ayudante, pero fue Van Gaal quien le hizo pasar a un segundo plano tras fichar a Hesp después de una lesión del portero portugués. Su etapa azulgrana quedó marcada por su llanto al final del partido de 1997 en el que Pantic le marcó cuatro goles en el Camp Nou, aunque el Barça acabó remontando (5-4) y clasificándose para la final de Copa. En 1998 volvió al Oporto y se retiró en el 2007.

Tres años después de la salida de Baia del Barça, los servicios médicos del Real Madrid informaron por primera vez en su historia de que un jugador blanco sufría una grave crisis de ansiedad que requería terapia con profesionales de la salud mental. El central vasco Iván Campo, que desde su llegada al conjunto madridista vomitaba antes de cada partido «para soltar los nervios», según un excompañero, se derrumbó el 3 de octubre de 2001 y confesó a su entrenador de entonces, Vicente del Bosque, que ya no podía aguantar más.

Agobiado por los reproches de los aficionados, no podía leer periódicos, ni escuchar la radio y menos ver fútbol por televisión. El club en principio habló de una gripe, pero finalmente el jefe de los servicios médicos del Madrid, Alfonso del Corral, comunicó que se le había agudizado «un cuadro de ansiedad que le provoca insomnio y le impide dormir».

Pánico

El examen posterior reveló que las arritmias que padecía le llevaban a tener un pánico incontrolable a la muerte, amén de una serie de tics extraños que no lograba controlar. Volvió a los entrenamientos con el resto de la plantilla dos meses y medio después, pero apenas volvió a jugar y se marchó al Bolton un año antes del término de su contrato, para convertirse en uno de los grandes líderes del equipo inglés durante cinco temporadas.

No se tienen noticias de que José Antonio Camacho necesitara asistencia psicológica ni antes ni después de su carrera como jugador del Madrid, pero Jorge Valdano desveló en beIN Sports, tras conocer la situación de Gomes, que el legendario lateral blanco también vomitaba antes de cada partido. «¿Por qué? Por exceso de responsabilidad quizás. Y nadie puede acusar a Camacho de debilidad. Al contrario, simboliza el coraje, pero relacionarse con el público no es fácil y te hace sufrir una presión que algunos manifiestan vomitando, otros durmiendo poco la noche anterior o este chico

—por el azulgrana— teniendo problemas para relacionarse con el juego de una manera natural», dijo el ahora comentarista.

Otros muchos jugadores blancos no vomitaban pero fueron devorados por la exigencia en el club madridista. Han sido los casos de Secretario, Cicinho, Ognjenovic, Pedro León, Illarramendi, Drenthe, Canales, Sahin, Rincón y Coentrao. Este último se quejaba hace unos días del trato recibido. «La gente cuando critica no se fija en las cosas. ¡Tenía por delante a Marcelo! No hablamos de un jugador cualquiera… Yo sé que hice muchas cosas mal pero también hice cosas buenas que la gente no consideraba. Por eso me sentía como el patito feo… Cuando juegas un partido y vuelves siete partidos después, siempre entrenando sabiendo que no vas a jugar, te dejas ir, te vienes abajo. Eso es lo que pasó conmigo en el Real Madrid», dijo el lateral portugués a Marca.

«Kiko, muérete»

Pero si alguien se ha sentido presionado en el fútbol español ese ha sido Kiko Narváez. El propio presidente del Atlético, Jesús Gil, le echó encima a los aficionados para forzarle en el 2001 a renunciar a los tres años de contrato que le quedaban y perdonar unos 1.000 millones de pesetas. Los gritos y la pancarta de Kiko, cojo, muérete con que le recibió el Frente Atlético en un partido con el Zaragoza precipitaron su marcha y, aunque reconoce que «es durísimo sentirse repudiado en tu propia casa», se niega a pasar factura al cabo de 17 años.

«Los del Frente no eran todos y los que se metieron conmigo fue porque estaban mal informados. Y el finiquito lo firmé porque no me veía ya importante ni como suplente. Así es que me fui y me costó una bronca con mi padre. Pero tenía que renunciar por agradecimiento a una gente que me había tratado como Dios. Me fui en paz con el club, me hicieron un futbolista grande y fui el buque insignia del Atlético durante seis o siete años habiendo costado ocho pesetas cuando me trajeron del Cádiz», dice el exrojiblanco.

Kiko tampoco fue ajeno el miedo escénico a enfrentarse a una afición hostil. «Alguna vez, con Maturana, exageré alguna dolencia para no jugar por el miedo a no estar a la altura, quizá. El primer año que estuvimos a punto de descender me hice amigo del muchacho de las pizzas. No salía para nada. Como perdíamos cada dos por tres no iba ni al cine. Era como miedo, un sentimiento de vergüenza. Todo eran comentarios negativos y no iba a ningún sitio ni con los amigos». Pero en ningún momento se planteó ir al psicólogo ni en el Atlético estaban entonces por la labor.