Sostiene el martirologio que durante la persecución de cristianos ordenada por el emperador Diocleciano, San Genaro, entonces obispo de Benevento y hoy patrón principal de la ciudad de Nápoles, fue introducido en un horno del que salió sin daño ninguno. Pues bien, algo parecido le sucedió al Barça en el estadio de San Paolo, en un partido en el que estuvo a punto de sufrir graves quemaduras y del que salió razonablemente ileso, con un empate a uno que le permite encarar el partido de vuelta en el Camp Nou con buenas expectativas de superar la eliminatoria y plantarse en los cuartos de final.

Claro que en esta ocasión el horno del martirio no lo calentaron los animosos 'tifosi' locales, instalados en el culto melancólico a un futbolista que abandonó el club hace 29 años (lo de poner a estas alturas por megafonía el 'Live is life' de Opus cuando el equipo sale a calentar es casi un detalle de mal gusto), ni la excelencia de los jugadores del Nápoles, ni siquiera la absurda discusión teológica sobre la divinidad de Maradona que llenó páginas y pantallas en los días previos, sino la insuficiencia del juego azulgrana, especialmente en una primera mitad insulsa en la que se reprodujo la habitual desconexión que sufren los barcelonistas cada vez que viajan lejos de su estadio en competición europea.

De hecho, cuando el Barça juega fuera en la Champions, a sus jugadores les sucede exactamente lo contrario que a San Genaro, santo conocido por el prodigio de la licuefacción de la sangre. A los azulgranas se les espesa. Sucedía con Ernesto Valverde en el banquillo y volvió a suceder con Setién. Sin ideas ni dinamismo para atacar a un equipo bien abrigado en defensa como el partenopeo, los azulgranas brindaron una actuación bastante decepcionante que queda compensada por el buen resultado pero deja el inquietante saldo de la lesión de Piqué a las puertas del Clásico y las tarjetas a Busquets y Vidal que les dejan fuera de la vuelta.

POSESIÓN CON RITMO LENTO

Tanto Setién como Gattuso renunciaron a alinear de entrada a tres delanteros. El técnico azulgrana apostó por repetir el experimento de situar a Arturo Vidal en el extremo (esta vez, en el derecho), mientras que el partenopeo dejó en el banquillo a Politano y Milik para dar entrada a un jugador de más recorrido como Callejón. Con Griezmann abierto en la izquierda, Messi ocupó la posición de falso nueve, una zona en la que la acumulación de futbolistas locales complicaba la llegada del balón y, con ello, las posibilidades del rosarino de reivindicarse ante un público manifiestamente hostil.

Empezó el Barça adueñándose de la pelota y acampando en territorio napolitano, pero su ritmo del juego eran tan lento y el blindaje defensivo' azzurro' tan sólido que la abusiva posesión no se traducía en ocasiones de gol, perdido el Barça en una marea de pases inocuos frente al doble muro dispuesto por Gattuso.

El castigo a la ramplonería azulgrana llegó en el minuto 30, cuando un mal control de Junior Firpo permitió a Zielinski robarle limpiamente la cartera y habilitar a Mertens aprovechando la mala colocación de la defensa visitante. El delantero belga hizo el resto, con un estupendo disparo a la escuadra (el 'sette', como dicen los italianos) que superó a Ter Stegen y que permitió al Nápoles reafirmarse en su plan de juntar líneas atrás y esperar otra oportunidad de salir a la carrera.

PRIMER TIRO A PUERTA

Pese a la sordidez del juego desplegado en la primera parte, el Barça volvió del descanso sin cambios en el once, limitado el margen de maniobra de Setién por la escasez de la plantilla, reflejada en un banquillo plagado de jóvenes del filial. Obligado a mover alguna pieza a ver si cambiaba algo el panorama, el cántabro hizo salir a Arthur en el minuto 55 en sustitución de un irrelevante Rakitic. Al cabo de solo un minuto, llegó el gol, en el primer tiro a puerta de los azulgranas en todo el partido.

La jugada nació de un pase medido de Busquets, que, incorporado al ataque, puso el periscopio para detectar el desmarque de Semedo desde el extremo derecho. El portugués llegó a la pelota con tiempo para levantar la vista y ver la llegada de Griezmann, que solo tuvo que empujar el balón a la red.

El empate no acabó de serenar a los de Setién, que no tuvieron más respuesta para la previsible reacción napolitana que encomendarse a Ter Stegen, autor de dos intervenciones salvadoras (especialmente la segunda) en los minutos 61 y 62. El partido entró entonces en una fase de más idas y venidas, animado por los cambios de Gattuso y por la activación de Messi, que, con más espacio, empezó a torturar a la defensa local con sus quiebros y sus cambios de ritmo, pero sin premio.

Cuando el partido enfilaba el occidente y parecía que la cosa ya no daba más de sí, la absurda expulsión de Arturo Vidal, por doble amarilla, y la lesión de Piqué comprometieron los últimos minutos y condenaron al Barça a un sufrimiento innecesario. Al final, empate y que decida el Camp Nou el 18 de marzo.