El fútbol de calle ha pasado a mejor vida. Todavía recuerdo los cristales rotos en el callejón de la Iglesia de la Sagrada Familia de Castelló, el enfado del cura cuándo saltábamos la valla del jardín de la parroquia para recoger la pelota o, incluso, el zapato que había volado por las aires encima de un rosal. Sí, éramos un poco gamberros. La celebración de los goles, los pantalones rotos y los partidos de rivalidad de barrio en un campo de tierra y piedras de la Guinea. Los sábados por la noche delante de la tele y los domingos a las cinco en Castalia, escuchando el carrusel con la radio en la oreja. Incluso, ver pasar a Cioffi, Ugbade... Hoy viven a muchos kilómetros de distancia. Incluso, ver los entrenamientos era fiesta, partidillo del jueves incluido, donde se ensayaba el once. Las entrevistas de Chencho eran pura delicia y también lo era escuchar a Arquimbau.

El fútbol se ha distanciado de la gente. Entrenamientos a puerta cerrada, los futbolistas están tan concentrados en el partido, que hablar a la afición a través de los medios puede desconcentrarles y provocar un caos. Un proteccionismo excesivo cuando un neurocirujano habla con su mujer cinco minutos antes de una operación, igual que un piloto de Fórmula 1. Todo ha llegado a un extremo kafkiano cuando los clubs no dan ni la lista de convocados previa a un partido, como si se tratase de un misterio de física cuántica y no de colocar a once jugadores en el campo. Luego todo depende de si el delantero la manda a las nubes o la mete dentro.

Esta pandemia tiene que provocar una catarsis. Son muchos los aficionados que han desconectado y ahora no saben ni cuándo juega su equipo, y los clubs siguen en su burbuja. Ni el control exhaustivo de la información que se ejerce desde los canales oficiales gusta ni es bueno para el fútbol, porque al final, como les contaba una vez en este Directo, todo sabe a paella de bote, artificial y poco auténtica.

El fútbol es y será siempre de la afición o el globo se irá deshinchando. Sí, hasta el circo romano que llenaba coliseos pasó de moda.

La industria del fútbol mueve muchos millones y da puestos de trabajo, pero todo gira alrededor del aficionado. Con tanta distancia con la gente de la calle se pierde la magia. Y hoy, presidentes, directivos, futbolistas, entrenadores y hasta los dircom siguen viviendo en su silla de palco. El fútbol necesita el calor de sus protagonistas y, tras la pandemia, el esfuerzo estribará en que el aficionado se sienta importante, porque es la verdadera estrella. El fútbol necesita perder ese toque elitista que le perjudica. Odio la paella de bote. Pirès me lo dijo en una entrevista: «Los futbolistas no somos como los bomberos, no salvamos vidas»... ni jugadores, entrenadores, presidentes, dircom... Después de la pandemia, el fútbol necesitará volver a la calle. Ustedes son mis ídolos. No tengo otros.