Hace un año la pandemia del coronavirus cambió la vida de millones de personas y el fútbol no ha sido ajeno a su impacto. Hace justo un año, el 8 de marzo de 2020, hubo fútbol en el estadio de La Cerámica. Aquel Villarreal-Leganés parecía un partido cualquiera, pero fue ‘la última vez’, hasta no se sabe cuándo, de ver llenos los bares en la previa, de abrazarse en la grada para celebrar el gol, de saludar a decenas de conocidos, de intercambiar impresiones en vivo con los amigos. El fútbol volvió, pero incompleto, sin lo que le hace distinto.

Un año de fútbol en tiempos de covid, como explica Aurelio Sánchez, aficionado añejo del Submarino. «Lo llevo con resignación y entiendo que la salud es lo primero, aunque cuesta aceptar que se pueda ir a otros eventos, pero al fútbol no», indica. Lamenta haberse perdido dos momentos históricos que no volverán: «El regreso de Bruno Soriano, y su despedida, y también la de Santi Cazorla, y las ovaciones cerradas y sinceras que hubiesen recibido».

Aureli ha acompañado al Villarreal en el asombroso viaje de Tercera hasta Primera y, aunque sigue viendo «todos los partidos», echa de menos acudir al estadio de La Cerámica con su hermano y su primo, fieles en la grada de Fondo Norte desde el año 97. El antiguo Madrigal es prácticamente su casa. «Empecé en 1980 porque mi abuelo era empleado del club y llegaba allí desde horas antes» y no dejó de ir nunca, hasta la pandemia. Estuvo, por supuesto, en ese 1-2 entre Villarreal y Leganés, hace un año. Como todos, sin saber lo que estaba por llegar, para largo. La ceremonia se ha evaporado y el rito que envuelve a la pelota ha quedado aplazado.

Ahinoa Gil es aficionada del Villarreal CF «desde siempre». «Yo iba con mis padres cuando el carnet de socio era de cartón y nos cambiábamos de portería en cada parte», explica, con una nostalgia aumentada por la realidad actual, con el estadio vetado para la gente. «Desde casa lo vivimos pero no es igual. Es como tener una habitación en tu casa a la que no puedes entrar: nos falta una parte de nuestra vida», cuenta Ahinoa, que añora las previas con los amigos y las conversaciones en el campo antes, durante y después de los partidos: «Éramos los últimos en irnos».

Ahora ve el fútbol por televisión, con un ojo en la pantalla grande y otro en el WhatsApp, donde intenta suplir ese viaje del yo al nosotros. En casa también tiene compañía. Su marido Samuel es groguet y su hijo Albert lo mismo. «Es pequeño, tiene seis años y a menudo nos pregunta por qué no vamos al campo. Vivimos al lado y cuando hay un gol se asoma a la ventana», dice. «Es raro el ambiente, sin la ilusión de ir a tus asientos, con tus papas, tu bocadillo, tus aceitunas, esa fiesta se ha perdido», lamenta Ahinoa.

«A veces no sabes muy bien si vas cuarto o sexto... Yo trabajo en una farmacia y cuando ganaba el Villarreal nos vestíamos siempre con una bata amarilla, y ya ni lo hacemos ni la clientela te pregunta. Todas esas cosas que había alrededor del fútbol se han ido», cuenta esta aficionada vila-realense que asume que «vamos a tardar en volver» a La Cerámica. Ese regreso lo imagina «muy emocionante... escuchar los sonidos, ver a la gente». «No sé si tendremos miedo, dependerá de la situación, pero el primer gol seguro que será la bomba», vaticina. Cada día que pasa es un día menos que falta para saberlo.