Apenas acabado el debut del CD Castellón en esta miserable tercera división ordinal del fútbol patrio, ya estaban a maltraer en Twitter con nuestro entrenador. No era una cuestión táctica, opinable aunque recurrente. Para nada. Era, venía a reprender tan ofendido aficionado, la nula asunción de responsabilidades del técnico derivada de sus declaraciones poco menos que justificando la derrota con lo virginal del calendario, al tiempo que lamentaba los refuerzos pendientes, así como la imposibilidad de contar antes con Pablo Hernández --sobre el que se erige todo el proyecto-- o lloraba el error arbitral en el gol, que ya era el tercero, y cerraba toda opción. 

A otro seguidor albinegro le daba por afear, en eso que llaman la nube, los kilos de Álvaro Campos, lo que provocaba una airada respuesta --y ahí estuvo su error-- del guardameta, poniendo a disposición pública sus datos antropométricos, que, abundando, digo yo, no detienen ni desvían ningún balón.

No es que comulgue con las tesis esgrimidas por los profesionales --del balón, no de la excusa--, como tampoco estoy en contra de las dinámicas redes sociales. Mas me parece cobarde y deslegitima toda fiscalización si se vierten acusaciones de calado sin razonar y, lo que es peor, amparadas en el anonimato. Todo no vale al socaire de la libertad de expresión. 

Rectificación. No seré tan hipócrita de aceptar con impostada benignidad la perspicaz enmienda a la totalidad que me llegó --¡¡o tempora o mores!!-- a través de internet, aunque, como es el caso, en puridad permita reforzar mi columna del pasado miércoles. Resulta que el CD Castellón se había sumado a la causa abierta contra Castellnou en 2016. Obvia añadir el inquisidor que por entonces era presidente David Cruz, ergo se mantiene mi denuncia sobre la sospechosa inoperancia judicial del actual propietario del club, Vicente Montesinos, contra su investigado predecesor en el cargo. Confío se acepte esta irrefutable y sutil matización a mi censor, a quien agradezco el respetuoso trato y la gallardía de no esconderse. 

Pero también niego la mayor, que mi error fuera producido por el afán de poner en marcha el aspersor (sic), el de criticar sin ton ni son; salpicando a norte y sur; este y oeste; arriba y abajo; aquí, allá y acullá. Porque no quiero ni pensar cómo se calificará el día que a alguien le dé por enumerar las prebendas, canonjías y sinecuras, que las hay más que sinónimos, de la Fundación. Eso no será un aspersor. Será todo un tsunami.