El Periódico Mediterráneo

El Periódico Mediterráneo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Óbito

El amigo "hambriento" de Fritz Walter

Hace días falleció Horst Eckel, el último protagonista de la final de 1954 que quedaba con vida y que construyó su carrera pese a los recelos que despertaba su frágil aspecto

Walter y Eckel, tras ganar la final del Mundial de 1954.

Es posible que Horst Eckel nunca hubiese hecho carrera si Fritz Walter no llega a cruzarse en su camino. Nadie creyó tanto en él como el legendario capitán del Kaiserslautern y de la selección alemana, figura indispensable en la historia del fútbol germano.

Horst Eckel fue el más joven de los finalistas de un partido que, como él mismo explicaba, "nunca había sido tan importante para una nación"

decoration

Fue Walter quien se empeñó en llevarle a su equipo después de cruzarse con él por casualidad en un partido entre aficionados. Eckel sorprendía por su aspecto físico. Era extremadamente delgado, tenía los pómulos muy marcados y a simple vista transmitía sensación de fragilidad. Aquella no era la mejor carta de presentación y de hecho a Walter, pese al indiscutible peso que su voz tenía en el Kaiserslautern, le costó que tomaran en serio su consejo.

“Pero Fritz, ¿vienes de nuevo con tu amigo hambriento?” llegaron a decirle un día en el club después de llevarle de la mano para que fuese sometido a una prueba. A fuerza de insistir Walter consiguió salirse con la suya. Los técnicos del equipo le examinaron y acabaron por ver lo mismo que a él le había llamado la atención.

Llegó al Kaiserslautern por recomendación de su gran amigo Walter

decoration

Walter, que creía en Eckel incluso más que él mismo, se centró a partir de ese momento en que su compañero de equipo también entrase a formar parte de la selección alemana. Insistió en ello a Sepp Herberger, el seleccionador germano, que estaba empezando a preparar el equipo que acudiría a Suiza para disputar el Mundial de 1954. Alemania, como consecuencia de las sanciones que recibió el país después de la Segunda Guerra Mundial, había sido excluida de la cita de 1950 en Brasil y para el orgullo de su deporte era importante hacer un buen papel en Suiza. Walter, que ya empezaba a adivinar el final de su carrera, tenía claro que Eckel debía estar en aquel equipo, que su energía era imprescindible. Herberger le convocó y aunque al principio le apodaron Benjamin al tratarse del jugador más joven del equipo, el sobrenombre que le acompañó toda la vida fue 'Der Windhund' (el galgo). El seleccionador también se había quedado impresionado con su condición física. Iba y venía con una insistencia que hasta el momento era insólita en el fútbol de mediados del siglo XX. Tal y como había sucedido en el Kaiserslautern, donde habían retrasado su posición, el seleccionador alemán también prefería utilizarle bien en el lateral derecho o como centrocampista de banda. “Hay que darle razones para que corra” solía decir el técnico.

Eckel, convertido en amigo íntimo de Fritz Walter, fue ganando peso de forma imparable en Alemania. El Kaiserslautern era el mejor equipo del país a comienzos de los años cincuenta. Aunque aún estaba lejos el nacimiento de la Bundesliga, el país tenía un campeón que salía de las finales a las que accedían los ganadores de las diferentes ligas regionales. El Kaiserslautern se impuso en las ediciones de 1951 y 1953. Con el Mundial a la vuelta de la esquina a nadie extrañó que la columna vertebral del equipo que iba a representar a Alemania estuviese formada por el llamado “Bloque de Lauter”, los cinco futbolistas del Kaiserslautern que Herberger convirtió en titulares durante el torneo: Werner Kohlmeyer, Werner Liebrich, Fritz Walter, su hermano Ottmar Walter y Horst Eckel.

En Suiza solo Fritz Walter y Eckel disputaron los seis partidos. Uno por jerarquía; el otro por pura resistencia. Por precaución Herberger dio descanso a varios futbolistas en algunos partidos como sucedió en el choque de la primera fase en el que Hungría les metió ocho y dejó claro al mundo que ese torneo tenía que ser suyo. Alemania se tomó aquel duelo como un aprendizaje de lo que vendría en un futuro y gastó las fuerzas justas. Eckel, que tenía 22 años entonces, jugó a un buen nivel. Alemania dependía por encima de todo del talento de Fritz Walter, de los goles de Rahn y de las paradas de Turek, pero el futbolista del Kaiserslautern se hizo imprescindible.

Y llegó el día de la final. Alemania superó con facilidad en cuartos de final a Yugoslavia y goleó a Austria en semifinales para alcanzar su esperada cita con la Hungría majestuosa de Puskas, Czibor, Hideguti y Kocsis. Salir entero del compromiso ya era todo un reto. Los magiares eran el mejor equipo del mundo. Por calidad y preparación. Casi todos eran militares y eso les permitía disfrutar de mayor tiempo para entrenarse. En Alemania eso estaba lejos de suceder. El fútbol era aún aficionado y casi todos los jugadores dedicaban la mayor parte del tiempo a trabajar y apenas disfrutaban de un par de entrenamientos a la semana. Eckel se ganaba la vida como mecánico de la empresa Pfaff que hacía máquinas de coser. El fútbol, por mucho que les apasionase, no era más que una afición en aquella Alemania que aún trataba de curarse de las inmensas heridas, económicas y sociales, que había dejado la Segunda Guerra Mundial.

Para la final Herberger ideó un plan. El técnico tenía una biblioteca con más de dos mil volúmenes en casa y le gustaba especialmente leer literatura militar y en especial sobre el general prusiano Von Clausewitz. Pensó entonces en tomar su ejemplo y organizar el partido en base a un repliegue permanente con rápidos “ataques relámpago”. Al mismo tiempo tomó otras decisiones que fueron importantes como mover a Eckel de posición y colocarlo sobre Hideguti que a ojos de Herberger era el gran armador del juego húngaro. Todo aquello salió regular. Hungría se puso 0-2 en diez minutos y la amenaza de ser demolidos se hizo patente. Pero Alemania respondió. Igualó en los diez minutos siguientes y el partido entró en una fase en la que los magiares no se acabaron de sentir cómodos. Puskas estaba jugando lesionado y la intensa lluvia hizo el campo más pesado. Fue ahí donde a Alemania le funcionaron mejor los tacos que Adi Dassler y su empresa Adidas había diseñado para ellos. Y queda también la leyenda, imposible de comprobar y sobre la que existe demasiada literatura, de que los germanos recurrieron a la ayuda de alguna sustancia para resistir mejor el desgaste del partido. La cuestión es que el partido entró en su fase decisiva con empate a dos y a seis minutos del final Rahn anotó el gol que le daba el primer Mundial de su historia a Alemania.

Ese día Eckel y todos sus compañeros se convirtieron en héroes de un país. Mientras celebraban el triunfo de forma modesta en Berna no se imaginaban que Alemania se había lanzado a las calles para festejar su triunfo y defender su orgullo. Solo habían pasado nueve años del final de la Segunda Guerra Mundial y el país vivía bajo una permanente depresión. Las pérdidas habían sido demasiadas. Las económicas y las humanas (Hans, el hermano mayor de Eckel fue una de las muchas víctimas de aquella guerra). El triunfo en aquel Mundial supuso, según muchos historiadores, el renacimiento del orgullo alemán. “Volvimos a ser alguien” repitió Eckel en alguna ocasión.

Después del recibimiento multitudinario Eckel y sus compañeros volvieron a su vida corriente. Siguió jugando en su club aunque recibió alguna oferta de Inglaterra que multiplicaba por veinte el sueldo modesto que le daba el Kaiserslautern. Pero ni se lo planteó. “Sé que ahora mismo nadie entendería por qué no cambié de club. Pero yo no jugaba por dinero, solo quería ser un buen jugador. Y llegado el caso hubiese pagado por jugar en el Kaiserslautern” explicó en una entrevista hace pocos años. Defendió esa camiseta hasta 1960. Dejó la fábrica de Pfaff e ingresó en la universidad donde se formó para dar clase. A eso se dedicó durante buena parte de su vida hasta que después de su jubilación sucedió a Fritz Walter como responsable de la Fundación Sepp Herberger, en honor del legendario seleccionador alemán.

Eckel vio desaparecer uno a uno a todos sus compañeros de equipo y también de su rival aquella tarde en Berna. Hans Schäfer fue el último en 2017 por lo que durante estos cuatro años Horst Eckel se encargó de mantener vivo el recuerdo de aquella generación. Hace unas semanas falleció en Vogelbach, la pequeña localidad próxima a Kaiserslautern en la que nació y de la que nunca quiso moverse. Se iba la última persona que mejor podía contar un partido que siempre será eterno.

Compartir el artículo

stats