De lo que pudo ocurrir a lo que fue hay un mundo cargado de adoquines. Pudo ser el día clave de este Tour, la etapa en la que todos, sin excepción, sucumbían al poder de un ciclista de otro planeta llamado Tadej Pogacar. Y si bien el doble ganador de la carrera volvió a evidenciar, tal como hizo en la contrarreloj inicial de Copenhague, que está un peldaño por encima del resto, gracias, como no a Wout van Aert, se salvó la carrera de una (casi) sentencia definitiva, el Jumbo, su equipo, evitó una hecatombe, Enric Mas se aprovechó de esta circunstancia y solo un Primoz Roglic, caído en combate, pudo comenzar a perder la carrera antes de la aparición de las montañas.

Pasaron los adoquines y lo hicieron con una apisonadora, en un día de polvo y caídas, en una jornada enemistada con el aburrimiento y donde quedó clara una cosa por si no lo estaba suficiente: Pogacar vuela en contrarreloj, sube las montañas como el mejor de los escaladores y si un día se apunta a la París-Roubaix ya se puede empezar a anotar su nombre como ganador en el 'Infierno del Norte'.

El día perfecto de Jumbo

Era el día perfecto para que el Jumbo se moviese sobre los adoquines del norte de Francia como pez en el agua. Lo tenía todo a favor, los mejores gregarios para marcar el terreno a Van Aert mientras Jonas Vingegaard y Roglic no tenían otra cosa que hacer que ir a rueda del jersey amarillo.

Pero con 11 tramos de piedras cualquier cosa podía ocurrir. Y sucedió. Vingegaard pinchó a 38 kilómetros de meta y el cambió de bici se convirtió en un caos. En un abrir y cerrar de ojos, Pogacar ya estaba en el horizonte y al Jumbo no le quedaba otro remedio que sacrificar a Van Aert para que él solito hiciera toda la contraofensiva para tratar de salvar al ciclista danés, segundo hace un año, en la clasificación general.

Más madera

Pero no acabaron allí los problemas para el Jumbo. Roglic, que iba perfectamente situado en el primer grupo de favoritos, se fue al suelo. Se dio un buen trompazo a 29 kilómetros de meta. Y hubo que repartir los gregarios para mantener entero a Vingegaard y tratar de evitar lo que no pudo ser posible. Roglic se dejó ayer más de medio Tour sobre los adoquines. Llegó a 3 minutos del ganador de la etapa, el australiano Simon Clarke, el más listo de una escapada que resistió hasta lo imposible. Pero no pudo evitar entregar a su paisano Pogacar nada menos que 2.09 minutos, un tiempo que, la verdad, no se vislumbra un lugar donde lo pueda recuperar, al menos mientras su compatriota vaya como una moto por las carreteras del Tour.

Y lo peor para Roglic. Si ya en el Dauphiné, pese a ganarlo, hubo la sospecha de que Vingegaard parecía más fuerte. Si el martes, camino de Calais, no pudo aguantar el ritmo de Van Aert en su demarraje, este miércoles entregó la jefatura del Jumbo a Vingegaard sin necesidad de iniciar un debate en los Alpes de qué táctica seguir y a qué jugar para plantar cara a Pogacar.

Patas arriba

Mientras, Pogacar, sabedor de los problemas que se vivían atrás y de la necesidad de evitar ser cazado por Van Aert, se lanzó como un poseso a tratar de poner el Tour patas arriba sobre los adoquines al atacar al grupo de los pocos que resistían y lanzarse hacia el jersey amarillo que no consiguió en compañía del belga Jasper Styven, un buen clasicómano. La furia le sirvió para conseguir otros 13 segundos extras pero, a la vez, para demostrar clase y poder.

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¿Y Enric Mas? Pues tuvo la suerte de cara porque después de perder contacto con el grupo de Pogacar y verse abocado al precipicio, le apareció el ángel Van Aert para engancharse a su rueda y cerrar el día con excelencia.