Hace diez años, el cielo se había vuelto completamente negro para Felix Baumgartner. Había dejado atrás la atmósfera y estaba en la estratosfera, “en un ambiente implacable y hostil”, como lo definió tiempo después de convertirse en el primer ser humano en romper la barrera del sonido en caída libre, saltando desde 38.969 metros de altura. Un desafío completado a través del deporte, herramienta útil para romper los límites de lo conocido.

Aquella misión, denominada Red Bull Stratos, dejó huella más allá de la cifra, que sería superada en 2014 por el ejecutivo de Google Alan Eustace, quien alcanzó una altura de 41.419 metros, con una caída libre de 40.233 metros. De hecho, 65 años antes, Chuck Yeager rompió la barrera del sonido volando en un avión propulsado por cohetes. Baumgartner alcanzó la velocidad máxima de 357,6 km/h (Mach 1,25) antes de que la atmósfera ralentizara un descenso de 4:20 minutos.

Récord en Youtube

Pero aquello superó el propio resquebrajamiento de los límites físicos. Fue un espectáculo mediático sin precedentes que aún hoy mantiene el récord de una transmisión online en YouTube, triturando, por ejemplo, los impactos que pueden dejar los Juegos Olímpicos de verano. Con motivo del décimo aniversario, se ha lanzado Space Jump, un documental que amplía desde todas las perspectivas el hito de Baumgartner y su equipo.

“En las primeras dos semanas había más de 100 millones de reproducciones del evento. Diez años después cuenta con casi mil millones de vistas. Es increíble ver el interés que mantiene Red Bull Stratos en el tiempo”, aseguraba Tim Katz, director de YouTube, jefe de deportes y Asociaciones de Noticias, con la perspectiva que da una década en la que Red Bull Stratos ha servido, como gran proyecto científico que igualmente fue, para el desarrollo de innovaciones en el campo aeroespacial.

Con más de cinco años de desarrollo, Red Bull Stratos cambió el modo de lidiar con el soporte vital del espacio, en la medida en que los trajes espaciales ofrecen ahora una mejor movilidad y existen nuevos protocolos para proteger la vida de los aviadores que se exponen a gran altura.

El traje utilizado por Felix Baumgartner sirvió para el desarrollo de la industria aeroespacial. EPE

El director técnico del proyecto, Art Thompson, explica en Space Jump que el reto ha influido en los nuevos ingenieros, “además, usamos la tecnología que diseñamos en la cápsula para cambiar la configuración de soporte vital de 'jets' de gran altitud, incluyendo el U-2”, un avión de vigilancia utilizado por la Fuerza Aérea de los EEUU y por la CIA. Sin embargo, algo que no se cuenta en el documental, y que reveló Baumgartner en una reciente entrevista con Forbes, es que la misión estuvo a punto de fracasar por la presión que sufrió el paracaidista austriaco.

"Estaba devastado"

“El equipo había programado en Texas tres sesiones de siete horas para probar la resistencia. Aquello me superó. Sabía que no podía hacerlo. Fui al aeropuerto, compré un billete y les dije que me volvía a Austria. La presión era inaguantable. Quería volver con mis padres y mi novia, a mi zona de confort. Estaba devastado”, confesó el especialista, al que le incomodaba -y todavía sigue haciéndolo- una etiqueta: la de 'superhéroe', "porque el gran problema es que me pusieron en un pedestal. Decían: ‘Félix no le tiene miedo a nada’. Pero no era verdad”.

De ahí que el hito quedó fijado en la memoria de Baumgartner como una cuestión de superación personal, independiente del propio reto en sí. El primer hombre capaz de romper la barrera de sonido tuvo que hablar con Mike Gervais, su psiquiatra deportivo. “Me dijo que estaba mirando el traje como si fuera mi peor enemigo. Pero era lo que sentía. Trabajamos durante mucho tiempo para cambiar la perspectiva y finalmente lo conseguimos”, explica en la entrevista con Forbes sobre el proceso que le llevó a romper la marca que hasta ese momento ostentaba Joseph W. Kittinger. El capitán de la Fuerza Aérea de los EEUU entró en los libros de historia de la aviación con un salto desde una altura de 31.300 metros.

Aquella misión no vino motivada por el marketing o por la exploración espacial, sino debido a una cuestión bélica. Los aviones de guerra operaban por aquel entonces a 13.000 metros. Los pilotos y tripulaciones se enfrentaban al problema de cómo escapar de un avión que volaba en estos horizontes. Existía la opinión generalizada de que era mejor desplegar el paracaídas, pero esta operación, en la estratosfera, planteaba problemas como el shock severo de la apertura, temperaturas extremadamente bajas y la falta de oxígeno.

Desde los 17 años

Cinco décadas después, muchas de esas preocupaciones estaban en la mente de Baumgartner, que vivió la experiencia en tres fases. La primera fue asumir que estaban despegando, con la dificultad que implica subir a un ser humano en un globo como el que se utilizó en Space Jump. En la segunda etapa, el austríaco se planteó si sería capaz de alcanzar la altura de salto y después abrir la puerta de la cápsula. Su principal miedo era que podría congelarse y, por tanto, el artefacto bajaría bruscamente.

Ya a punto del desenlace, parado en la plataforma, pensó en quedarse más tiempo allí. Paladeando un momento por el que había trabajo muy duro y durante años. No solo los de la misión, porque él siempre consideró que su entrenamiento comenzó cuando tenía 17 años. Ahí fue cuando se tiró por primera vez de un avión. Antes había hecho dos pruebas, la primera a 21.000 metros de altura y la segunda a 27.000, pero siempre a velocidades inferiores a la barrera del sonido.

Felix Baumgartner, en plena ejecución del salto desde la estratosfera. EPE

Conforme fue evolucionando el proyecto, muchos científicos empezaron a tildar a Baumgartner y al equipo de Red Bull Stratos de locos. Aseguraban que desde la altura proyectada el paracaidista comenzaría a girar sin control. “Me alegra saber cuántos estaban equivocados”, comenta el saltador, en uno de los pocos gestos de soberbia que se le atribuyen. Quizás porque estos juicios hicieron un frente común con sus debilidades en el bando de la desconfianza.

Alunizaje moderno

Sin embargo, el 14 de octubre de 2012 llegó y con él la destrucción de la barrera del sonido para otro ser humano. “Sabía que millones de personas me estaban mirando. Vaya sensación. Quería disfrutar más desde esa altura. Recordé lo frustrante que había sido a veces el trabajo. Con reuniones interminables a las que entrabas con cinco problemas por resolver y salías ocho horas después con cinco más. Pensé en todo eso”. Entonces, el salto al vacío: “Ahí aceleras como un demente hacia lo desconocido y simplemente te sometes al destino”. Así, hasta tomar tierra como si se tratara de un simple brinco.

Hoy, la vida de Baumgartner transita entre el cielo y el suelo firme. En 2014, participó con Audi en las 24 Horas de Nürburgring, una de las pruebas automovilísticas por excelencia. Ha continuado haciendo salto BASE, deporte extremo que consiste en saltar desde objetos fijos usando paracaídas para descender, y ahora hace acrobacias desde helicópteros en exhibiciones aéreas. Todo ello con 53 años, vividos hasta el punto de convertirse, según él mismo, en una especie de Neil Armstrong que en 2012 completó un alunizaje moderno. “No es que fuera algo parecido, pero sí que logró impactar del mismo modo a otras generaciones”.