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HISTORIAS IRREPETIBLES

'Bibota', el goleador infinito

Oporto llora la muerte de Fernando Gomes, el delantero más prolífico de su historia, ganador dos veces de la Bota de Oro europea, y el hombre que abanderó el renacimiento de los “dragoes”

Fernando Gomes celebra un gol con el Oporto.

Fernando Gomes creció en la parroquia de Campanha, desde donde se podía ver con facilidad la vieja estructura del Estadio das Antas y donde los días de partidos llegaban como un rugido los gritos de los aficionados del Oporto. Aquel niño algo esmirriado y de pelo largo tuvo claro que su vida estaría incompleta si no era capaz de comprobar en sus carnes qué siente un futbolista al pisar ese estadio vestido con la camiseta azul y blanca. Para sus padres fue un tormento porque en la cabeza del pequeño Fernando solo existía el fútbol y el Oporto. Su insistencia lo llevó con catorce años a superar unas pruebas de admisión en las categorías inferiores del club e iniciar una relación que duraría hasta el día de su muerte.

Antonio Feliciano y Costa Soares, dos de los responsables de la tarea de formación en el club, no tardaron en ver que el recién llegado tenía un don para el gol. “No puede ser casualidad” decían cada vez que Fernando Gomes aparecía en el área en el momento justo, en la zona en la que iba a caer la pelota. Tenía intuición y velocidad para el remate; y le sobraba decisión para llegar al balón siempre un instante antes que el defensa. No tardaron en hacer correr la voz y cuando Gomes cumplió los diecisiete años comenzaron a presionar al club con la necesidad de probarle con los mayores porque los juveniles ya se le quedaban demasiado pequeños. No eran buenos tiempos para el Oporto que llevaba sin ganar una Liga desde 1959, quince años sometidos al poder de los equipos lisboetas. Una eternidad para sus aficionados tan leales como exigentes. En septiembre de 1974 el brasileño Aymoré Moreira se dejó convencer y probó a Fernando Gomes en un partido contra el Uniao Fabril. Esa tarde el vecino de Campanha, el que se sentaba en su habitación a esperar que el bufido en Das Antas le anunciase un gol del Oporto, probó lo que era pisar aquel templo y escuchar a los miles de aficionados que convertían ese lugar en un horno. El flechazo con ellos fue inmediato. El día de su debut el joven Fernando Gomes anotó los dos goles del triunfo del conjunto portista. Ya nadie se planteó que regresase a los juveniles. El delantero se hizo con ese nueve que le acompañaría de por vida y pasó a compartir vestuario con el peruano Cubillas, su ídolo de entonces, a cambio de un sueldo de doce contos (unos sesenta euros). Dieciocho goles en su primera temporada, trece en la segunda… hasta que en 1977 sus números se dispararon. Como si lo anterior hubiese sido parte del aprendizaje, en su tercer curso –ya con José María Pedroto en el banquillo– explotó. Anotó 34 tantos y sumó el primero de los seis títulos como mejor artillero de la Liga Portuguesa, pero además alcanzó su primer título al ganar la Copa de Portugal gracias a un gol suyo al Sporting de Braga en la final. Repitió como máximo goleador la temporada siguiente, pero lo mejor fue que aquella producción anotadora sirvió al fin para que el Oporto cerrase en 1978 una de las grandes sequías de su historia y conquistase de nuevo, diecinueve años después, el título de Liga en Portugal. Tenía solo veintiún años y ya era el principal referente de un club que vivía una profunda remodelación en sus estructuras impulsada por Nuno Pinto da Costa (actual presidente de la entidad que ejercía entonces de director de fútbol) y que se confirmó al año siguiente con la segunda Liga consecutiva y el tercer título de máximo goleador para Gomes

Pocos podían imaginar que aquellos días de gloria serían el anticipo de una crisis gigantesca. Llegaría en 1980 en lo que los aficionados y la prensa portuguesa bautizaron como el “verao quente”. Nuno da Costa y el entrenador José María Pedroto decidieron marcharse al no estar de acuerdo con el presidente Américo de Sá al que acusaban de ser excesivamente dependiente de los poderes económicos y políticos de Lisboa. Aquello provocó un terremoto en el vestuario. Catorce jugadores pidieron entonces salir de equipo, entre ellos Fernando Gomes, en apoyo a los disidentes. Sin ellos no querían seguir en el club. Américo de Sá no vaciló y comenzó a buscarle destino a la mayoría de ellos. Fernando Gomes acabó en el Sporting de Gijón que por entonces buscaba un recambio de garantías para Quini que acababa de ser vendido al Barcelona. Su llegada a Asturias no pudo ser más impactante. En el primer partido de pretemporada, un derbi ante el Oviedo, anotó los cinco goles del 5-1 que los gijoneses le endosaron a sus eternos rivales. Una locura que no tuvo continuidad por culpa de las lesiones. Su tendón de Aquiles comenzó a darle problemas y los médicos nunca dieron con el tratamiento adecuado. Pasó por una operación que fue un desastre y que le acabó llevando a buscar la ayuda de acupunturistas e incluso curanderos. Dos años pasó en El Molinón donde los aficionados solo pudieron disfrutarle a ratos.

En 1982 Pinto da Costa se presentó a las elecciones a la presidencia del Oporto y tras ganarlas cumplió una de sus primeras promesas a los aficionados: traer a Fernando Gomes de vuelta a casa. Dicho y hecho. El delantero volvió a ponerse la camiseta azul y blanca y celebró aquello con la mejor cifra anotadora de su vida: 36 tantos en la Liga, 50 sumando todas las competiciones. Eso le valió para conquistar la primera Bota de Oro europea de su carrera, un logro que repetiría dos años después (39 goles en la Liga) y que le serviría para que los aficionados le conociesen como “bibota”. Con Artur Jorge en el banquillo regresaron los títulos al Oporto al que le costó reorganizarse tras la crisis vivida con la salida y regreso de Pinto da Costa. El equipo, con Gomes como bandera, dio un salto a todos los niveles. En su estructura y en el terreno de juego donde se empezaron a incorporar futbolistas como el portero MynarczykQim, Antonio André, Juary, Madjer… Y por si fuera poco Pinto da Costa le levantó al Sporting de Lisboa en una maniobra brillante a su mayor talento, Paolo Futre.

Llegamos entonces a mayo de 1987, el momento en el que cambia la historia del Oporto con la final de la Copa de Europa en el Prater de Viena ante el Bayern de Munich. Ese partido supone la mayor alegría de Fernando Gomes, pero también su mayor tristeza. Unas semanas antes de ese partido, después de haber sido decisivo con los cinco goles marcados en la competición, una lesión le dejó fuera de la final. Desde la grada vio la explosión de Futre, el gol de tacón de Madjer y el tanto de Juary que forma parte de la antología del club. Los “dragoes” eran al fin los reyes de Europa. “Bibota” llevó con alegría aquella contradicción: “Me perdí el partido que supuso el punto más alto de mi carrera”. Pudo resarcirse unos meses después al marcar el primer gol en la final de la Copa Intercontinental que los portugueses ganaron al Peñarol de Montevideo en Tokyo, sobre un terreno de juego completamente nevado.

Después de aquellos días de gloria llegó la inevitable caía. Se fue Artur Jorge, llegó Tomislav Ivic que comenzó a relegarle a un papel menos protagonista y dijo una de esas frases que quedan en la memoria colectiva: “Gomes también tiene un final”. En la vuelta de la Supercopa Europea ante el Ajax, le sustituyó en los últimos minutos en Das Antas y eso impidió a Gomes –cosas de la normativa– levantar el trofeo de campeón delante de sus aficionados. Una afrenta que Gomes no perdonó y tampoco lo hicieron los aficionados del Oporto que no consentían semejante desprecio con su leyenda. De malas maneras Ivic, que fue despedido meses después, anticipaba el final inevitable. En 1989, con 32 años, Fernando Gomes dejó el equipo de su vida. Vistió su camiseta 450 veces y anotó 355 goles (un récord que costará que alguien sea capaz de superar alguna vez). En un giro extraño se fue a jugar sus dos últimos años al Sporting de Lisboa, algo que le generó alguna queja de quienes fueron sus fieles, casi devotos, seguidores. Una vez jugó en Das Antas con la camiseta del Sporting en un día de sentimientos extraños. Le aplaudían, le gritaban, le volvían a aplaudir, le silbaban… cosas del amor.

Ya retirado del fútbol Pinto da Costa le quiso a su lado y durante décadas ha formado parte de la estructura del club al que dio tanta gloria. Hace tres años le diagnosticaron un cáncer de páncreas. Su cuerpo resistió hasta el sábado cuando un escalofrío recorrió la espalda de los “dragoes”. Había muerto “Bibota”, su goleador infinito.

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