Barraca y tangana

Solo queremos lo bueno

Queremos que nuestros futbolistas arriesguen sin asumir el significado de la palabra riesgo

Dick Schreuder, antes de iniciar un entrenamiento con el Castellón en las instalaciones de Orpesa.

Dick Schreuder, antes de iniciar un entrenamiento con el Castellón en las instalaciones de Orpesa. / Juanfran Roca

Enrique Ballester

Enrique Ballester

De vez en cuando, un futbolista falla un pase en la salida, pierde la pelota y su equipo encaja un gol. Se activa entonces la cadena dramática de la sobrerreacción: el desprecio, las manos a la cabeza y la indignación. Fallar parece lo nunca visto cuando en realidad debería ser lo a menudo visto. Es algo natural, pero queremos que nuestros futbolistas arriesguen sin asumir el significado de la palabra riesgo.

Solo queremos lo bueno. Solo queremos que durante ese trance sobre el alambre nuestros futbolistas atraigan, detecten y elijan siempre bien, y ejecuten mejor. Solo queremos que después de ese riesgo la pelota llegue aseada a los pies de nuestros futbolistas de ataque, la jugada se ilumine y aparezcan espacios por todas partes. Queremos el fin y sus beneficios, pero nos cuesta entender que la recompensa es grande porque también lo era el peligro

Ocurre algo similar con los deportes de riesgo, que no parecemos comprender por qué se llaman deportes de riesgo hasta que nos rompemos algún hueso. Ocurre con casi todo, sea cual sea la profesión que te toque: queremos lo bueno que conlleva el objetivo, pero sin comprometernos con el esfuerzo necesario para conseguirlo. De la salida a la meta, sin el camino.

Solo queremos lo bueno. Somos muy listos. Festivales de bajo coste con los mejores servicios. Medios libres e independientes, pero gratis. Pagar por nada y tenerlo todo. Revoluciones sin sangre. Unicornios. Futbolistas que no se equivoquen.

La suplencia

De vez en cuando, también, un futbolista estelar es suplente. Hay debate: malas caras, conjeturas y estupideces. De vez en cuando resulta que sale desde el banquillo y decanta el partido. En lugar de valorar lo que ha funcionado, hay más debate.

Titulares o suplentes. Sedimentos del viejo fútbol. Jerarquías del balompié de antaño, donde al principio no había cambios. Hasta hace poco eran dos las sustituciones, y muchas veces residuales. Aquel panorama nada tiene que ver con el de ahora, ni con la carga de partidos ni con la repetición de esfuerzos ni sus intensidades.

Un nuevo paisaje

Como ocurrió en otros deportes, es probable que el fútbol se encamine poco a poco hacia otro paisaje. El planteamiento palidece ante el desarrollo y la valía de los entrenadores se mide cada vez más respecto a la dirección de campo y sus intervenciones. Marchitos los rangos clásicos, cada vez debería importar menos ser titular o suplente. Importa nada comparado con el peso capital y creciente en los resultados de los partidos de las cinco sustituciones.

Los que salen de inicio o los que están sobre el césped cuando se decide el marcador. ¿Quiénes son de veras los importantes?

Por ahora, la titularidad sigue teniendo prestigio porque así lo hemos interiorizado siempre. Nada más. Diría incluso que el siguiente paso en el fútbol líquido será normalizar un cambio durante el último tercio de la primera parte, con el objetivo de castigar alguna debilidad del rival (como una amonestación temprana de alguno de los laterales) y reducir su margen de corrección. Aquí lo leyeron antes. 

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