Barraca y tangana

Dársela al ‘bueno’

Este fenómeno del aplauso equivocado se ubica en el cajón de los asuntos que no entiendo, pero tampoco voy a cambiarlos

Andrés Iniesta, en su retirada.

Andrés Iniesta, en su retirada. / LAP

Enrique Ballester

Enrique Ballester

Castellón

Teo puso a prueba mi autoridad como padre. Le ordené hacer los deberes y me contestó que no quería hacer los deberes, que quería batir el récord del mundo de toques con la mano. Sonó convincente. Parece ser que mi hijo es un niño de grandes ambiciones que ha nacido en un hogar erróneo. Como sea, encajé su insolente respuesta y actué, por supuesto, con responsabilidad adulta. Hice lo que se debe hacer en estos casos: primero gané a Teo en un concurso improvisado de toques con la mano, después lo superé en otro concurso complementario de toques con el pie y luego lo humillé en el concurso estrella de toques con el pie y con la mano. Por último, le compré el libro oficial de los récords Guinness, en la edición actualizada de 2024, para que vaya espabilando.

Fútbol: el caso es que Teo flipa con lo que no vale para nada. Le encantan los vídeos de habilidades, de toquecitos con la pelota y de carambolas extraordinarias. Diría que es algo normal, porque Teo es un niño de ocho años, pero me parece fascinante que existan no pocos adultos que llevan medio siglo viendo fútbol y todavía aplaudan en cada partido un montón de adornos de ese estilo, chorradas que en la competición no sirven para nada. El gestito, la carrerita, el regatito... Siempre en diminutivo, siempre posturitas y siempre en el bando equivocado. Aplauden eso y luego no aprecian todas las acciones grises, crudas y solidarias que son las que de veras te ayudan a ganar partidos y conseguir resultados. 

El aplauso equivocado

En serio, con esto me vuela la cabeza porque es injusto para los futbolistas involucrados. Insisto y subrayo: medio siglo viendo fútbol y no se han enterado.

En mi mente, este fenómeno del aplauso equivocado se ubica en el cajón de los asuntos que no entiendo, pero tampoco voy a cambiarlos, junto a los millonarios pendientes de lo que digan en Twitter cuatro tarados o los entrenadores influenciados por nosotros los periodistas deportivos, también otros tarados.

Con todo, creo que Teo superará esa fascinación por lo vacuo cuando pasen algunos años. Soy optimista, porque si algo sabe ya mi hijo cuando juega al fútbol es dársela al bueno, con humildad,  y correr para ayudarlo.

Si el Barça fue imbatible durante un tiempo fue justo por eso: se la daba al bueno. Y no solo eso, es que encima tenía a varios. Estaba lo de dársela a Messi, obviamente, y estaba lo de dársela a Iniesta, dos superdotados que jugaban de memoria en un paisaje propicio, y que desanudaban hilos imposibles cuando les minaban el campo de trampas, que salían de situaciones límite silbando, y que iluminaban laberintos donde cualquier otro se perdía llorando. Importaba la estructura colectiva y todo lo demás, pero dársela al bueno resolvía un montón de preguntas difíciles de explicar luego.

En la élite están los buenos y en la superélite deciden los buenos. No sé si Iniesta, que estos días ha anunciado su retirada, batiría algún récord de habilidades, se quitaría la camiseta dando toques con el cuello o ganaría una prueba en el ¿Qué apostamos?, pero en él estaba toda la sustancia. La belleza pura de una técnica natural que conectaba los pies con el cerebro. Nada más y nada menos. El fútbol, al cabo. 

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