Una brecha de incertidumbre
Se habla mucho de que Szczęsny fuma, y al parecer ni lo esconde. Está muy bien que las minorías y los niños tengan referentes

El presidente del FC Barcelona, Joan Laporta, enseña la maqueta del nuevo Spotify Camp Nou al portero polaco Wojciech Szczęsny / GERMAN PARGA/FCB

Sigo resistiéndome, pero al final Wojciech Szczęsny va a conseguir que aprendamos a teclear Wojciech Szczęsny y dejemos de buscar, copiar y pegar su nombre. La exhibición en Lisboa del portero polaco del Barça tiene un mérito especial, porque yo sería incapaz de encontrar la motivación necesaria para rendir al máximo nivel después de haber alcanzado la cima del ser humano: jubilarse a los 34 años.
Pero Szczęsny volvió de su retiro y empezamos a hablar del portero. Como siempre, de algunas cosas se habla mucho y de otras se habla poco. Se habla poco de que se parece a El Rubius, el youtuber. Se habla mucho de que Szczęsny fuma, y al parecer ni lo esconde. A mí me parece perfecto, porque está muy bien que las minorías y los niños tengan referentes. Por fumar LM Light en el instituto y jugar a fútbol me hicieron sentir culpable.
Como Szczęsny siga jugando así de bien, igual tenemos un problema de salud pública. Décadas de campañas de concienciación quedarán en nada. Cientos de millones de euros irán directos a la basura, y otros cientos habrá que gastar en sanidad porque los chavales volverán a fumar y abandonarán los hábitos saludables. La ropa apestará a tabaco como antes. Toda una conquista social saltará por los aires. Regresarán los cigarrillos de chocolate y los regalarán los padrinos en las comuniones.
Un matiz
Un matiz que me gusta del fútbol es el siguiente: es compatible que tu equipo haga un gran partido y que tu portero sea el héroe.
Después de ver al Barça contra el Benfica podría escribir que el fútbol va de dársela a los buenos, de pelear convencidos y juntitos, de gozar de un poquito de suerte y de acertar en esos momentos. Podría escribir que no hay mucho más secreto, pero pronto tendría que dejar de facturar, porque entonces aquí qué cuento. Yo, que a menudo sueño que ya no me gusta el fútbol y vivo feliz y tranquilo, tan pancho, retirado en un pueblecito, estoy atrapado porque me beneficio del fútbol y a la vez lo sufro, lo amo y lo odio, y sobre todo lo sobrepienso.
En esa línea, estos días he ido moldeando una teoría. Es la teoría de la ruleta rusa. A diferencia de otros deportes, el fútbol siempre tendrá un poco de ruleta rusa. Por muy buen partido que hagas, el rival siempre dispondrá de una bala para castigarte. Y a la vez, en ataque, es la ruleta rusa al revés: ser superior en el juego no te garantiza alcanzar el gol. Puedes ganarte el derecho a la mayoría de balas, pero siempre habrá un espacio vacío en el revólver. En un partido de fútbol puedes ampliar o reducir las probabilidades, pero esa brecha de incertidumbre es la que de veras convierte el juego en único, y nos atrae.
Esa brecha garantiza el miedo y la ilusión, y no existen en el mundo dos motores más potentes. Quizá en eso la Champions no tenga rival ahora. En la Liga, si estás peleando en la zona baja, la emoción se limita al miedo y similares. En un cruce de Champions caminas sobre un alambre que te mantiene a la misma distancia del miedo y la ilusión de manera constante. La diferencia al final es un abismo, resultado en mano, pero la clave suele decantarse por apenas un detalle.
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