Barraca y tangana
Opinión | Asuntos obligados
Para que el mundo funcione, todos tenemos que cruzar el campo para sacar un montón de córners que preferiríamos no sacar ni haber sacado

El centrocampista del Real Madrid Arda Guler (i) pelea un balón con Weston McKennie, de la Juventus, durante el partido de la tercera jornada de la Liga de Campeones que Real Madrid y Juventus disputan este miércoles en el estadio Santiago Bernabéu. / Sergio Pérez / EFE

A veces el fútbol nos deleita con momentos absolutamente heroicos. El miércoles vi en casa el partido de Champions del Real Madrid. En un tramo del primer tiempo, hubo una secuencia de córners encadenados. Primero en una banda y luego en el otro costado. El lanzador habitual, el joven Arda Guler, sacaba un córner y luego otro, y después otro y otro y otro tras recorrer el campo de lado a lado. Y encima con todo el mundo esperando y mirándolo. Que jode mogollón eso de golpear la pelota nada más llegar al córner, con prisas y fatigado. Lo de los córners de Arda Guler: absolutamente heroico. Me cansé solo de pensarlo.
Todo aquello me recordó tiempos pasados. Yo también fui un zurdito que iba a la esquina a sacar los córners. Mi evolución como futbolista de cantera se resume en esta confesión: en juveniles, en algunas acciones dudosas, llegué a desear que el árbitro señalara saque de puerta en lugar de córner para no tener que cruzar todo el campo. Ir y volver, eh, en muchos casos, porque jugaba en la banda izquierda aquel año. Prefería perder la opción del gol que cumplir con ese trote extra por el campo.
Era claramente un juvenil cansado. Un viejo prematuro, un oxímoron humano. Hoy, décadas después, puedo entender que no era físico mi cansancio y que no estaba ni enfermo ni lesionado. Simplemente, había perdido el entusiasmo. Aunque entonces aún no lo sabía, el fútbol me había abandonado. Seguía jugando por inercia, pero tardé apenas unos meses en dejarlo.
Es probable que ese proceso que muchos vivimos de jóvenes como futbolistas lo vivamos de manera repetida como adultos en otros ámbitos. Podemos pensar en la pasión del enamoramiento, en la adicción a un videojuego o en la implicación en un trabajo. Tarde o temprano, aquello que tanto nos gustaba deja de ser divertido. Tarde o temprano, te atrapa el hastío del desánimo. Tarde o temprano, muta en asunto obligado. A diferencia del fútbol, con frecuencia, lo más cómodo es no dejarlo.
Para que el mundo funcione, todos tenemos que cruzar el campo para sacar un montón de córners que preferiríamos no sacar ni haber sacado. Algunos fingen por el camino emoción y entusiasmo. Me parece una obscenidad. Diría que es mejor hacerlo y ya está, hacerlo y en paz, hacerlo sin tratar de justificarlo.
Sacrificios
Algunas noches, charlando con amigos, tocamos un tema clásico: los sacrificios del hincha. Aquellas cosas que en su día hicimos por nuestro equipo y ahora quizá ya no tanto. A saber: madrugones infames, viajes sin sentido, exámenes suspendidos, broncas familiares, vacaciones perdidas... Y lo mejor: sin que nada de eso garantizara un mínimo resultado.
A veces, además, lo hacías sin que te apeteciera estar ahí, pero de alguna manera sentías que debías estar ahí. Ataduras de militancia. Mártires que nadie había pedido ni necesitado. Una sensación enfermiza de conclusión turbia: hasta la pasión más pura termina intoxicándose en nuestras manos. Alguien podría haber dicho que los córners los sacara otro de vez en cuando.
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