Antes de ocuparse de coches, Giovanni Agnelli ocupó las páginas de las revistas del corazón. Era el heredero y como tal vivió su juventud entre la Costa Azul, Montecarlo y la Riviera italiana hasta 1966, cuando se hizo cargo de la fábrica.

Al morir su padre, Edoardo, el abuelo Giovanni confió Fiat a Vittorio Valletta, un contable vegetariano que no fumaba, no bebía y era capaz de dormir en la industria. La Fiat de la posguerra, la del 500, la hizo él. "¿Por qué no vas a divertirte? Eres joven todavía", dijo Valletta al heredero. Y Giovanni lo hizo. Barcos, coches deportivos, esquí y mujeres.

ENTRÓ EN FIAT Y CAMBIÓ

"Eres un Agnelli, no lo olvides", le decía la tata Miss Parker. Y el abuelo Giovanni: "Tienes un nombre, pero el puesto deberás encontrártelo tú, porque aunque te ponga los grados la autoridad tiene que conquistarla cada uno". Con esos principios, el joven entró en Fiat y cambió. Se hizo amigo de Rotshild, Rockefeller y de Kissinger. Se convirtió en el avvocato.

En 1973 fundó con ellos la Trilateral, que algunos definieron como "el gobierno mundial oculto". Siguieron Valéry Giscard d´Estaing, Lord Carrington, Andy Warhol...

Puso de moda el reloj por encima del puño de la camisa o la corbata por encima del jersey. Con un estilo que le valió el sobrenombre de patriarca.

Los últimos años fueron amargos. El delfín, su sobrino Giovanni Alberto, murió en 1997, y poco después se suicidó su hijo Edoardo. La crisis de Fiat le estalló ya enfermo.