Los sindicatos alemanes sufrieron su primera gran derrota al fracasar la huelga de los metalúrgicos realizada en el Este de Alemania para establecer una jornada de 35 horas de trabajo semanales --hasta ahora eran 38-- como rige en la parte occidental del país.

El fracaso sindical se debió fundamentalmente al rechazo de la patronal a aceptar esta reivindicación pero, también, a la oposición de los militantes del poderoso sindicato único, IG Metall, a secundar el paro, lo que dejó a sus dirigentes sin poder de negociación.

La huelga, que duró cuatro semanas, afectó también a las empresas del Oeste del país, donde las compañías automovilísticas BMW y Volkswagen se vieron obligadas a paralizar parte de su producción.