Nunca un matrimonio por intereses, un divorcio posterior y el desamor latente han generado tal negocio. Ni tampoco unas indemnizaciones de separación tan elevadas. Porque lo que hubo entre José María Amusátegui (43,8 millones de euros) y Ángel Corcóstegui (108,1 millones) por un lado, y Emilio Botín, por otro, fue un desencuentro amoroso. El motivo tampoco era banal, el poder y la forma de gestionar el primer gran grupo bancario de España.

El 15 de enero de 1999, fecha del anuncio de la fusión entre el Santander y el Banco Central Hispano (BCH), Botín estaba exultante. Había nacido el megabanco y se relegaba al segundo puesto al rival BBV, a las puertas de la llegada de la era del euro. Para el banquero cántabro, la fusión debía hacerse "aunque sólo sea para tener el mejor consejero delegado del mundo", Ángel Corcóstegui.

La estrella paralela

Experimentado en las grandes fusiones anteriores --la del Bilbao con el Vizcaya y la del Central con el Hispano--, el menudo y simpático Corcóstegui se convirtió en la segunda estrella de la conferencia de prensa, gracias a los halagos de su nuevo jefe, Botín. Algunas preguntas, referentes a cómo iban a casar dos culturas corporativas tan diferentes --la de un Central Hispano ya fusionado, grande, pesado y con la digestión de una cartera industrial importante, frente a un banco más ágil, comercial, y manejado desde su fundación por la saga Botín, con un estilo muy personal-- parecían de mal gusto junto a tanta euforia.

Pocos se atrevieron a expresar las dudas. Gobernaba Aznar (que intentaba esos días hacer una crisis de Gobierno), y el poderoso ministro de Economía, Rodrigo Rato, había dado sus parabienes a la fusión, como era justo.

En la torre de Azca, la sede central del BBV en Madrid, Emilio Ybarra y Pedro Luis Uriarte, presidente y consejero delegado del banco, se lamían las heridas. Ellos, que aireaban la bondad de las fusiones y buscaban novio hacía tiempo, se vieron sorprendidos, de nuevo, por Botín y un inesperado de Amusátegui. Ese mismo día, la cúpula del BBV felicitó al nuevo Santander Central Hispano (SCH). Acto seguido, y azuzados por las prisas, se dedicaron a cortejar a Argentaria, presidida por Francisco González, el financiero amigo de Rato que estaba privatizando el banco. En noviembre de 1999, el BBV se fusionó con Argentaria.

Así nacieron los dos grandes bancos españoles, que hoy presentan una paradoja. En el SCH --hoy Grupo Santander-- no hay rastro de la cultura Central Hispano y manda Botín. En el BBVA queda la cultura corporativa de los bancos vascos, pero manda González. En ambos casos, el presidente del banco de menor tamaño se han quedado al frente, sin discusión.

Noviazgo fugaz

De vuelta al Grupo Santander, el noviazgo entre Botín y el dúo Corcóstegui-Amusátegui, duró poco tiempo. No había transcurrido un mes de la fusión, cuando Corcóstegui, vicepresidente primero y consejero delegado, echó su primer gran pulso al copresidente Botín. Hubo unas declaraciones de Ana Patricia Botín, consejera del banco, referidas al futuro del grupo y al "empleado" de nombre Ángel Corcóstegui. El empleado Corcóstegui --secundado por Amusátegui-- pidió a su padre la destitución. Y don Emilio entregó la cabeza de su hija. Esa fue, según los bancarios de la época, la primera victoria pírrica de Corcóstegui y Amusátegui. Y, seguramente, la única. A partir de ese momento, avalado por su sangre fría y sus órdenes directas, Botín se impuso.

La guerra entre los rojos (Santander) y los azules (BCH), llenó ríos de tinta durante todo el 2000. Para colmo, la era de la nueva economía y de internet, descubrimiento apadrinado por Ángel Corcóstegui, hacía agua en el mundo entero.

En junio del 2001, con el anuncio de unificación de las redes del banco --para entonces, pocos dudaban de que la batalla por la marca la ganaba el Santander-- el logotipo que sobrevivía era la llama roja y los ejecutivos del Santander copaban los mejores puestos. Amusátegui, incapaz de aguantar más, aprovechó que la fusión iba viento en popa, y anunció su marcha. El anuncio se materializó el 16 de agosto en un consejo de administración. En el protocolo de fusión se había fijado como fecha de jubilación de Amusátegui la junta general de marzo del 2002.

En aquel consejo, Corcóstegui vio reforzados sus poderes sobre el papel. Pero lo cierto es que, más allá de mejorar su contrato y la fecha de jubilación a los 50 años, poco pudo hacer. Incluso renunció a nombrar a dos consejeros del BCH.

Por fin, en febrero del 2002, tan sólo cinco meses después de la salida de Amusátegui, Corcóstegui pidió su jubilación por "estrés" y "problemas personales". Fueron los argumentos dados entonces y que se han repetido en el juicio.