La característica más destacable de esta crisis es que es la primera que se transmite en directo. Las televisiones, no muy proclives a la información económica, han entrado de lleno. Como pasó con la guerra del Golfo, que cuando hacíamos la sobremesa veíamos imágenes de cormoranes embadurnados y de columnas de humo en el desierto, ahora hacemos el café y nos ilustramos con el último movimiento del IPI o de la ocupación hotelera.

Esta nueva realidad tiene aspectos negativos, como es la espiral de pesimismo que genera, de repercusiones en la retracción del consumo; pero también positivos, porque todos nos enteramos a la vez de cómo parecen estar las cosas. Por eso, ahora, hay empresas que empiezan a eliminar las horas extra, y nadie rechista; de la misma forma que los comerciales aceptan ya que sus jefes les trasladen las nuevas condiciones del riesgo bancario y los crecientes costes financieros pagándoles a través de pagarés a 60 o 90 días.

Otro de los aspectos curiosos, aunque no original, de esta situación es que nadie sabe cuánto durará, aunque a tenor del ritmo de la caída de la actividad entre marzo y mayo es de esperar una precipitación importante. La duda aquí está en si se trata de un descenso en picado con posterior e inmediata recuperación, también vertical, una crisis que podría representarse con una V; o bien si tocará fondo a gran velocidad para instalarse después durante bastante tiempo en cotas muy bajas, una evolución que podría tener forma gráfica de U. Por eso, hay expertos que son partidarios de subir los tipos para que actúen de catalizadores y nos lleven al fondo cuanto antes, en la confianza de que el rebote tendrá lugar de forma natural y de que la recuperación será rápida. Los observadores sostienen que José Luis Rodríguez Zapatero y su vicepresidente Pedro Solbes no son muy amigos del tratamiento de choque, sino de dejar que las cosas sigan su ritmo.

La política monetaria del BCE nos está llevando a un escenario irregular, por atípico, en el sentido de que los tipos de interés oficiales están al 4% desde hace un año, pero el euríbor, el precio que marcan a diario los mercados financieros por el que se rigen las hipotecas, los bancos al prestarse fondos y que en teoría debe estar muy próximo al tipo de intervención, ha superado el 5,4% en una escalada que fomenta el BCE. Jean-Claude Trichet está subiendo el precio del dinero desde hace meses con sus continuas alusiones a la inflación. Cuando el pasado día 5 adelantó que en julio subiría los tipos, lo hizo para que los mercados trasladaran esa expectativa a las cotizaciones, lo que ocurrió al día siguiente.

El encarecimiento del dinero restringe la financiación de las empresas y de los particulares, lo que supone reducir la actividad económica. Esa medicina es muy peligrosa para una economía como la española, que en estos momentos está casi parada. La única justificación posible es la lucha contra la escalada de los precios, pero si tenemos en cuenta que la inflación que sufre Europa es importada a través del petróleo y otras materias primas, reducir la demanda en la zona euro tiene unos efectos inapreciables sobre la inflación mundial, muy presionada por los consumidores emergentes y por la especulación. El remedio --en nuestro caso-- puede ser peor que la enfermedad.

Los Gobiernos españoles siempre han sido muy disciplinados frente al BCE, a pesar de que su política nunca, o casi nunca, ha casado con las necesidades del país. Algo de eso debía pensar Zapatero cuando pidió al BCE más prudencia. Y es que la apuesta de Trichet salió mal: se le fue la mano. Al día siguiente de su intervención, los mercados descontaron tres subidas consecutivas. Por eso, este miércoles otros dirigentes del BCE negaron que este año se vayan a aplicar tres revisiones al alza. Con poco éxito, por cierto.