Marcelino Camacho consiguió ayer algo por lo que había luchado toda su vida: una unanimidad honesta y sentida. Poco dado al culto a la personalidad, no le hubiera gustado que esta manifestación de sentimientos se refiriera a él, pero fue el comentario general de todos los que desfilaron por la capilla ardiente instalada en el auditorio que lleva su nombre, en la sede del sindicato de Madrid, un antiguo edificio que en su día fue la sede de la organización sindical franquista.

Aunque un centenar de coronas de flores se ordenaban en el patio de butacas, solo cinco merecieron el honor de acompañar al féretro en el escenario presidido por una gran foto del veterano sindicalista: las enviadas por los Reyes, los príncipes de Asturias, CCOO, el PCE y su familia. Y a los pies del ataúd otro símbolo: las rosas rojas de sus "amigos ferroviarios" del sindicato.

La viuda, Josefina Samper, de 83 años, sus hijos Marcel y Yenia, sus nietos y el secretario general del PCE, José Luis Centellas, lo velaron en primera fila y recibieron a todas las personalidades --socialistas, comunistas, conservadores y empresarios--, afiliados y simpatizantes que desde primera hora de la mañana se acercaron a la capilla ardiente para rendirle homenaje.

ESTRICTO PROTOCOLO Todo se desarrolló en un ambiente calmoso, a media voz y con una sobriedad y un orden casi espartanos a los que contribuyó un estricto protocolo fijado por la familia y el sindicato para que cada ilustre visitante estuviera acompañado del dirigente sindical de los sectores más próximos a su actividad profesional.

A la una de la tarde, llegó el príncipe Felipe que conversó unos minutos con la familia, firmó en el libro de pésames y

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