Hace dos meses el ministro de Economía alemán abrió la caja de Pandora afirmando que Grecia necesitará nuevas medidas y que los inversores privados tendrían que asumir su responsabilidad. Los mercados comenzaban a olvidar el miedo a una nueva crisis sistémica, tras la crisis irlandesa y la ayuda a Portugal, pero de nuevo volvió la tensión. Alemania da la sensación de gestionar la Eurozona a su antojo, y Grecia como un protectorado. La realidad es que Europa es una confederación donde el poder alemán es limitado, y la toma de decisiones necesita de acuerdos complejos. Y Grecia sigue siendo un país soberano con capacidad de decidir su futuro, y hasta de negarse a pagar su deuda, como hizo Islandia.

El plan de ayuda a Grecia del 2010 esperaba que el país heleno retornara a financiarse en los mercados en el 2012, pero no parece que haya tenido mucho éxito. Esto implica que el año próximo los griegos necesitarán más ayuda, y el contribuyente alemán no está por la labor de poner un euro más. Por eso, Merkel ha intentado forzar que los bonistas acepten canjear bonos que vencen los dos próximos años por nuevos bonos con un vencimiento mayor. El BCE, el inversor con más bonos griegos, aceptaba un canje voluntario que no implicase que el país tuviese que declararse en suspensión de pagos. El temor del BCE es que no solo hubiera que reestructurar la deuda pública, sino la privada, y había riesgo de que se contagiase a Irlanda e, incluso, a Portugal. La idea era que los bonos actuales, que ya tienen categoría de bono basura, dejasen de ser descontables en el BCE y que los nuevos sí lo fueran, lo cual sería un incentivo para que la banca europea aceptara el canje voluntariamente.

El problema es que con esa solución los alemanes tendrían que poner más dinero, y por eso Merkel quería que no solo la banca aceptara el canje, sino forzar al resto de inversores a hacerlo. El BCE se plantó, los griegos amenazaron con convocar un referendo a la islandesa y los irlandeses anunciaron que no pagarán a los bonistas de sus bancos nacionalizados. Entonces, Merkel replegó velas y ayer aceptó el plan propuesto por el presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet. ¿Por qué? Porque la deuda es de los griegos, pero el problema es de los alemanes que compraron los bonos. Si Grecia e Irlanda deciden no pagar sus bonos, varios bancos alemanes quebrarán, y Merkel tendrá que meter dinero en su sistema bancario.

¿Cuál ha sido el efecto Merkel? El jueves, el diferencial del bono español con el alemán a diez años alcanzó un máximo de 285 puntos, y el viernes, tras su rectificación bajó hasta 260 puntos, el euro se desplomó hasta el jueves y recuperó el viernes, y hasta el petróleo y las bolsas mundiales han sufrido el efecto Merkel. El problema es que el efecto no es nuevo. Esta es la cuarta vez en un año que los alemanes tensan la cuerda y luego, cuando hay que asumir la responsabilidad, rectifican. Disfrutemos de esta rectificación y aprovechémosla ya que, seguramente, no será la última. Aquí la última palabra la tendrán griegos e irlandeses.