De repetida, resulta incordiosamente manida la afirmación de que España es un país cainita, idiosincrásicamente abocado a la lucha fraticida. Resulta molesto, porque es difícil pensar en una sociedad, del tamaño y en la localización que sea, en la que los enfrentamientos no se remonten al origen de los tiempos.

Con todo, hay que reconocer que resulta llamativo y sintomático que en el idioma exista precisamente ese adjetivo, cainita, y no su contrario: abelita. Pese a ello, el país es a veces capaz de apiñarse en pos de un objetivo común. Y en ocasiones, incluso no tiene que ver con victorias deportivas internacionales. Ayer tuvimos un ejemplo interesante.

Al contrario que en otros momentos de esta crisis, el líder del PP y más que probable próximo presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, apoyó a su inminente antecesor, José Luis Rodríguez Zapatero, para que plante batalla a los planes europeos de forzar una recapitalización masiva de la banca comunitaria y, particularmente, española. El presidente del Santander también puso el grito en el cielo. Y aunque no abrió la boca, es de suponer que el Ejecutivo lo agradeció.

Un momento abelístico que está más que justificado. El impacto de la recapitalización forzosa del sector financiero español podría ser tan enorme que incluso podría empujar al país al abismo del rescate internacional. Los inversores lo saben, y el Ibex 35 bajó el 0,6%. La caída no fue mayor --llegó al 1,7%-- gracias a Wall Street y a las compras de deuda por parte del BCE.