Si soberbia es, como dice la Real Academia, "altivez" y "satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás", este parece ser el pecado original que explica la debacle en que se ha convertido la reforma del sector financiero español tres años después de su inicio.

De tener "las entidades más sólidas del mundo" y el "supervisor con más prestigio" --como solía presumir el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero con la aquiescencia del Banco de España-- se ha pasado a tener un sector financiero que concita las peores sospechas de los mercados y las autoridades europeas y un Banco de España desacreditado por el propio Ejecutivo y por el Banco Central Europeo (BCE), que le ha retirado las riendas de la reforma financiera.

La autocomplacencia lleva a la dilación en las reformas y en ese bucle se ha quedado enredado el gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez. Hace tres años, hubo quien quiso convencerlo de que lo mejor era acometer de una vez el saneamiento del ladrillo en las entidades, con un banco malo y ayudas públicas. Se hablaba de manguerazo en un momento en que las cuentas públicas eran sanas, la solvencia de la banca estaba en máximos y toda Europa estaba haciendo lo mismo. El gobernador se negó convencido de que nuestra banca no estaba tan mal y de que el Banco de España sería capaz de pilotar una reforma mejor que la de los otros países, que no costaría un euro al contribuyente y que, de paso, se iba a llevar por delante el modelo de las cajas, del que tanto había renegado.

Tres años después de las primeras medidas, a Fernández Ordóñez le ha estallado delante de la cara el boom inmobiliario, verdadero cáncer del sistema financiero español. Mafo, como se le conoce, está a punto de dejar su cargo con el prestigio de su institución y de la banca española en el nivel más bajo de toda su historia. Obsesionado con acabar con las cajas y con profundizar en la reforma laboral, parecía ciego ante el grave problema larvado en la banca española. Sus discursos los empleaba más en decir a los demás lo que debían hacer, que en hablar de sus responsabilidades.

Hace solo dos meses, el 12 de marzo, aún reclamaba el reconocimiento del "mérito" del Banco de España en la reforma financiera y presumía de que "la constancia y la habilidad de la supervisión consiguió convencer a la mayoría de las comunidades de la inevitabilidad de hacer fusiones con cajas de ahorros de otros territorios".

Con todo, en este discurso admitió que tuvo que aceptar fusiones que "si bien eran viables ..., eran claramente peores que las sugeridas por el supervisor". Aún no había estallado Bankia. ROSA MARÍA SÁNCHEZ