Fue el jesuita Gaspar Astete quien en el siglo XVI dejó registrado el catecismo castellano que han memorizado millones de españoles en sus clases de catequesis. De la avaricia, el autor salmantino dice que es "un apetito desordenado de hacienda". Sin desorden, pues, no hay vicio. La virtud contraria es la largueza.

La literatura brinda personajes universales que encarnan la avaricia. Molière creó a Harpagon, el avaro más teatral; Dickens envolvió en la generosa Navidad al señor Scrooge, que no cenaba por no gastar; y Quevedo aportó una de las mejores páginas de la literatura castellana: la descripción del Dómine Cabra, que "dormía siempre de un lado por no gastar las sábanas". Llevado al mundo de la animación, Walt Disney creó al Tío Gilito.

¿Es esta la avaricia que anida en todo ser humano, la que ha movido las grandes burbujas financieras del último cuarto de siglo? No. Esa ridiculización no es la que refleja la sociedad de consumo. Lo que realmente se lleva es la codicia, otra apetencia desordenada de bienes y placeres, pero con el afán de disfrutarlo, no solo de acumularlo. El avaro lo quiere todo para sí, odia a los demás. El codicioso acapara, se aprovecha de los demás, pero no sufre si también se enriquecen. Uno de los perfiles literarios que mejor se aproximan a esta descripción es el de Gil Foix, protagonista de La fiebre del oro, de Narcís Oller, ambientada en los años anteriores a la Exposición Universal de Barcelona de 1888. La obra se divide en dos partes: Auge y Derrumbe. El protagonista deja su oficio para dedicarse a la especulación bursátil, con su ambición y desmesura llega a la cima, pero cuando cambian las tornas, se arruina y enloquece.

Tampoco estos personajes encajan con la actualidad. La diferencia es esencial: hoy, los que se enriquecen lo hacen con el dinero de los demás, pero con un blindaje que les hace inmunes en su responsabilidad. Hoy, la codicia de los grandes especuladores queda inaccesible bajo una capa jurídica de bonus, pensiones doradas y cláusulas compensatorias por no irse a la competencia. Este engranaje perfecto por el que el jugador nunca pierde empezó con el traslado al sector bancario de lo que es propio de la industria destinada al consumo: los comerciales o visitadores tienen parte del sueldo fijo y otra parte variable, según las ventas que obtengan. En la banca de negocios esto ha sido, desde 1970, el origen de varias burbujas, de los que los únicos escarmentados han sido los inversores menores. La codicia solo castiga a los más débiles, una novedad en la sanción moral.

En este nuevo reino del capitalismo de apetito desordenado son sus héroes personajes como Richard S. Fuld, que cobró 4,3 millones de dólares tras hundir a Lehman Brothers, y James C. Cayne, que logró 17,1 millones por hacer lo mismo en Bearn Sterns. ¿Sin que haya padre confesor que les reprenda por semejante desorden? Pues al contrario. El padre Moody's, o agencia de calificación de lo que se hace bien o mal, tiene cinco directivos máximos que el año pasado se repartieron 20 millones de dólares. La justificación oficial: "restaurar la confianza".

En España, los directivos de empresas del Ibex cobraban en el 2007 una media de 873.000 euros al año, incentivos aparte. Hoy, con la bolsa a niveles de 1994, esos 534 privilegiados ganan una media de 1,07 millones al año. ¡Pobre Astete! A la largueza la llaman bonus. J.-M. URETA