Irina Estepa tiene una lista de proyectos que aguardan el momento de hacerse realidad. Ella los llama «sueños pendientes». «Me gustaría hacer algún curso para mejorar mi formación, y sacarme el carnet de conducir, y apuntarme al gimnasio, y hacer alguna actividad cultural… No es mucho, pero para mí son sueños que no me puedo permitir», enumera esta mujer barcelonesa de 30 años que se desempeña desde hace cuatro en un bazar. Por estar cara al público ocho horas al día gana el salario mínimo, del que 350 están dedicados a pagar el piso, estancia que comparte con un compañero, y el resto lo dedica a conceptos como cubrir los gastos domésticos, el transporte, la comida y el poco ocio que puede permitirse.

«De ahorrar, ni hablamos. Algunos meses, ni siquiera llego al día de la nómina», reconoce Irina.

A partir de ahora ganará 50 euros más. Dice que le vienen muy bien, pero ese billete no le permitirá darle a su vida el giro que querría.

«¿Cómo me planteo ser madre, si ni siquiera puedo compartir piso con mi pareja porque él no tiene trabajo? ¿Qué proyecto de vida tienes con 950 euros?», se pregunta acerca de su futuro.