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Consumo

"Solo puedo comer carne una vez al mes": la inflación explota en el carro de la compra

Trabajadores de diferentes rentas y edades admiten haber cambiado la compra ante la espiral inflacionista, que ha superado el 10%

Climent, Maria y Mónica, residentes de Medicina de primer año y compañeros de piso. Elisenda Pons

La ruta por los supermercados a la caza de la ofertaapurar el arroz y la pastareducir la carne, el pescado y el producto fresco. Y el coche, mejor aparcado. Las triquiñuelas y malabares para llegar a fin de mes escalan a las clases medias y se extienden al son de la inflación, que ha restado más del 10% de poder adquisitivo a las familias españolas en un año. En los supermercados, es difícil pasar más de dos minutos sin escuchar una queja: "Está todo muy caro". 

Abel Martínez tiene 30 años y vive en un piso de tres habitaciones de Sant Gervasi con su mujer y sus tres hijos, de 5, 3 y 2 años. Trabaja, como su pareja, de farmacéutico y cobran un sueldo por convenio cercano a los 1.700 euros. La inflación ya les supuso una subida del precio del alquiler de un 2% porque estaba limitada por ley, pero ese tope "vence en septiembre y ya se verá si no lo suben 80 euros más". Pagan 1.250 euros y tienen tres bocas que alimentar. 

Los grupos de WhatsApp de Abel, tanto de padres de niños como de otras familias numerosas con las que conecta a través de Fanoc (asociación de familias numerosas), están que trinan. "Antes nos enviábamos planes para ir con la familia y ahora compartimos ofertas del supermercado", relata desde su piso, recién llegado de una escapada en coche a Andalucía, de donde son él y su mujer. "Hemos tardado cinco meses en ir cuando antes lo hacíamos cada tres, porque el depósito de gasoil del coche ha pasado de costarnos 60 euros a más de 110", concreta. La otra escapada del verano que planeaban hacer por el norte de España "está en el aire" por el mismo motivo. 

Abel Martínez, con su pareja y sus tres hijos. Joan Cortadellas

"Antes siempre hacíamos una compra en el Mercadona y ahora vamos a varios: al Carrefour, al Puntfresc, donde encontremos la oferta aunque nos debamos desplazar a un kilómetro", explica Abel, que resalta sobre todo la fruta de temporada, la carne y el pescado como productos que ha limitado o cambiado. "La nectarina o el melocotón están carísimos, y las patatas han subido una pasada", precisa. "A veces optamos por la merluza congelada de un kilo para no quitar el pescado; te tienes que romper la cabeza, pero aun así gastas más y compras menos producto fresco y más pasta o arroz", añade. 

"En los grupos de Whatsapp antes nos enviábamos planes de fin de semana, ahora ofertas del súper"

Abel Martínez - Familia numerosa

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Con todo y eso, y a pesar de que como familia numerosa también recibe ayudas como el bono social de la luz, la compra de cada 10 o 14 días se les dispara a 200 euros, unos 20 más que antes, y entre eso, la gasolina y otros gastos o imprevistos el ahorro también ha salido perjudicado. 

La batalla de los sueldos

El doctor en Economía de la Universitat de València y profesor asociado de la UOC Antoni Cunyat valida la sensación que impera en la sociedad: "El sueldo nominal es lo que uno cobra, pero el salario real ha bajado un 10% en el momento en que los precios han subido en ese porcentaje, porque el poder adquisitivo se ha reducido". 

Los salarios, por el momento, no se han tocado, y "ahora es cuando viene una posible segunda ola", advierte Cunyat, que prevé que en función de cómo prospere la negociación entre sindicatos y patronal avanzará la crisis. Las opciones son subir los sueldos al ritmo del IPC o que "se distribuya de manera proporcional" el coste del aumento de precios entre empresarios y trabajadores (o sea, subirlos, pero no tanto). 

José Martínez, jubilado de Santa Coloma de Gramenet. Zowy Voeten

Esta última es la recomendación de economistas ortodoxos como él. "Si los sueldos aumentan al mismo nivel que la inflación, el empresario se puede ver obligado a aumentar más aún los costes y podemos entrar en una espiral inflacionista", asegura. Por el momento, los bancos de alimentos, que ya atendieron a 1,5 millones de personas antes de la guerra de Ucrania –contienda que ha desmadrado la inflación–, prevén que aumente el 20% más la demanda de este tipo de ayudas. 

"Compro lo mismo, pero ya no me quedan los 100 euros que antes ahorraba"

José Martínez - Pensionista

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Aunque la sensación del aumento del IPC se puede ver atenuada en algunas familias por "el efecto de sustitución" de cambiar algunos productos por otros más baratos, los ajustes son limitados "porque el incremento de precios es general e influye en bienes de demanda inelástica como la electricidad y el combustible", aporta.

La escalada de precios, en diez alimentos. Joaquim Salomón

El problema, además, es que la bajada de los precios de las materias primas que se han registrado en los últimos días tampoco son una buena noticia. "Al bajar el poder adquisitivo de la gente, los precios se adaptan, lo que también puede avanzar una recesión", alerta Cunyat. "No es muy probable que la inflación pueda llegar al 15%, la clave será ver cómo suben los sueldos", añade. 

Cuando el tíquet habla

En la puerta de un supermercado del barrio de la Bordeta de Barcelona, un cliente tiene memorizado el aumento de las judías verdes congeladas de 1 euro a 1,20 en pocas semanas. Un tíquet de compra del DIA de octubre de 2020 cuenta con un cartón de leche a 57 céntimos. Hoy vale 84 en la web del supermercado, un 47% más. La 'baguette' ha subido de 37 a 49 céntimos, un 32%, en ese mismo año y medio, aún lejos de los precios de otros supermercados o de las panaderías de barrio. 

Los bancos de alimentos estiman que, trasla guerra de Ucrania,la demanda va a aumentar cerca del 20%

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En otro tíquet del Consum, de septiembre de 2021, figura una botella de agua Font Vella de 6,25 litros por 1,99 euros. En la web, hoy vale 2,19, el 10% más. En el mismo tíquet, el papel higiénico de triple capa y 12 unidades de marca blanca cuesta 3,69. En la web, 10 meses más tarde, consta a 4,99, el 35% más. 

Los ejemplos son infinitos, pero aún son muchos los consumidores que se resisten a cambiar sus hábitos. "La compra es la misma, pero el dinero que me queda es menor", apunta, a sus 90 años, el pensionista José Martínez, viudo y residente en Santa Coloma de Gramenet, con su impoluta camisa rosa de dandi y gafas de sol. "Y si me gusta un traje, me lo compro".

José cobra una pensión de 720 euros, pero no paga alquiler y vive solo desde que falleció su mujer hace ya 10 años. Desde entonces, mantiene ciertas costumbres casi intactas, como la de tomar un par de copitas de vino en el bar con los amigos o ir un día a la semana al centro cívico a comer paella. "Allí me hacen precio amigo", dice el hombre, que, eso sí, reconoce que, si antes ahorraba 100 o 150 euros al mes, ahora casi ya no le queda nada. "Lo guardo en el piso, porque no me fío de los bancos", remata. 

Extras inasumibles

Un sueldo algo mayor que la pensión de José, de cerca de 800 euros por una jornada de 33 horas semanales, tiene un efecto opuesto en Amparo Quintana, aunque tampoco paga alquiler. Trabaja de cuidadora en Sant Feliu de Llobregat y tiene dos hijos, uno de 21 y uno de 28. El mayor está independizado y a veces echa un cable económico –sigue comiendo en casa– y el menor estudia un grado superior de ilustración, pero tiene un déficit de atención que hace que le cueste más asimilar los conceptos y que implica 14 euros al mes en gastos de medicación. A ellos hay que sumar los parches de morfina que ella necesita para mitigar los efectos de la fibromialgia. "No quiero que trabaje hasta que acabe de estudiar", afirma Amparo. 

Amparo Quintana, madre monoparental. Elisenda Pons

A pesar de que el exmarido ayuda a los hijos, las cuentas salen justitas. "Pescado ya no como nunca. El año pasado compraba, para los tres, boquerones, merluza y rape… Ahora, si compro, es para ellos", admite Amparo, que tira de alimentos como la pasta o los embutidos que "mantienen el precio", aunque admite que ha "reducido la cantidad". "Mira, 18 euros de embutidos para los bocadillos", dice, señalando el tíquet de la compra. En las muñecas asoman los nombres de sus hijos tatuados en cada una de ellas.  

"Entre comida y gastos, me quedan unos 100 euros para vivir y para ocio», lamenta Amparo, que ha pagado facturas recientes de 180 euros de luz y 50 de agua. "Y eso que casi ni estamos en casa". También gasta 20 euros cada tres semanas para ir al trabajo en su mismo municipio, un trayecto de pocos kilómetros pero más duro por su enfermedad. "Antes, esos 20 euros me duraban un mes", compara. 

"Si a los pobres nos quitan la comida, ¿qué nos queda?"

Amparo Quintana - Cuidadora y madre monoparental

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Su hijo mayor «no quería emanciparse para poder ayudar», explica Amparo, pero ella le animó a que hiciera su vida y ahora comparte piso en Sant Cugat. Con un sueldo de 900 euros y pagando 400 de alquiler, tampoco tiene mucho margen para ayudar. "Y al pequeño, además, hay que hacerle la ortodoncia". Es imposible calcular el coste de la vida atendiendo solo a la comida, el alquiler y las facturas. 

Amparo se las apaña, en parte gracias a una red familiar de la que no todos disponen. "Mi hermana tiene un huerto y por suerte la verdura me sale gratis", explica, aunque su vida sea de las de echar cuentas cada día y estar aún más preocupada por el futuro. "Le digo a mi exmarido que vendamos el piso, aunque con mi parte no me dará para comprarme nada para mí. Me veo viviendo en un cámping", como la protagonista, dice, de 'Nomadland'. Y, al hablar de la lista de la compra, repite de vez en cuando una pregunta heredada de su padre: "Si al pobre le quitas la comida, ¿qué le queda?".

"Comemos peor y no ahorraré nada"

A pocos kilómetros, en el piso compartido de residentes de Medicina de primer año de la calle de las Camèlies del barrio de Gràcia de Barcelona, las estrecheces y cálculos continúan. Maria, Mónica y Climent tienen 25 años, los tres cobran 1.200 euros de sueldo y pagan un total de 1.500 de alquiler, que se lleva más del tercio del salario de cada uno. 

Mónica, María y Climent. Elisenda Pons

Para optimizar los 700 restantes, Maria, de Mallorca, ha reducido la carne "de comer varias veces a la semana a una vez al mes". "Me doy cuenta de que gasto más en la compra que hace un par de años, y eso que hago en casa una comida menos porque al mediodía almuerzo en el hospital", apunta. "Hoy he ido al supermercado y me he gastado 35 euros. No me basta para toda la semana. Ah, y me han cobrado cuatro euros por tres paraguayos", resalta ante el asombro de Mónica. 

"El encarecimiento hace que comamos peor, la comida barata es la procesada"

Maria, Mónica y Climent - Compañeros de piso

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El pescado, apunta Mónica, "se reduce a las latas de atún". "Tal cual", le apoya Maria, con sonrisa de complicidad resignada. Médicos los tres, conocen bien la pirámide alimenticia: "El encarecimiento favorece que comamos peor porque la comida más barata es la procesada, y la fresca, mucho más prohibitiva". En su caso, compra cada dos días y sabe que "el pan y la pasta están más baratos en el Mercadona pero la carne en el Consum" y también que el tofu, los garbanzos y las legumbres salen más económicos que aquel filete de salmón que antaño tanto disfrutaba. 

Maria la secunda con las legumbres y la nostalgia por las chuletas de cordero, que casi han desaparecido de su dieta: "Yo antes casi ni las probaba, cosa que tampoco está bien, pero ahora como bastantes lentejas y garbanzos". "No creo que ahorre ni un euro", añade Mónica, que además es de Madrid y cuando dice ir a su ciudad ya no coge tan alegremente el coche como antes. "Te lo piensas dos veces antes de ir a la sierra, al precio que está la gasolina". Es la cuadratura imposible.

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