Nos referimos muchas veces al concepto de educación financiera sin ser realmente conscientes de la gran importancia que reviste. Pensemos que gestionamos nuestras finanzas personales de forma intuitiva la mayor parte de las veces, mediatizados por la herencia de nuestros padres o, a veces hasta peor, contrastando poco el mercado y movidos por reclamos publicitarios o asesoramiento de mala calidad. A este panorama, poco alentador, hay que añadir que en la mayoría de los casos no está en manos del consumidor preservar la integridad de sus finanzas, eligiendo los mejores productos, en calidad y precio. 

Entre el consumidor, usuario o pequeño inversor y las entidades o compañías financieras existe una relación desequilibrada de partida que entre todos tenemos que contribuir a reequilibrar. El contrato se presenta al consumidor redactado y sólo queda aceptarlo o no; no puede participar en la redacción de las cláusulas. Y siempre una de las partes, el predisponente, tiene más información que la otra. De ahí el hecho incuestionable del desequilibrio y que la entidad financiera debe cumplir con su deber de información y transparencia en la contratación. 

"El peso de la buena gestión de las finanzas no puede recaer única y exclusivamente en los consumidores"

El peso de la buena gestión de las finanzas no puede recaer única y exclusivamente en los consumidores. Son, de hecho, el último eslabón, y más débil, de una extensa cadena de agentes que deben garantizar la salud de las finanzas, como bien preciado para el buen funcionamiento de las sociedades desarrolladas. 

En Asufin entendimos desde el principio que esta carrera de fondo, que no sprint, había que entablar un diálogo franco y constante con toda esa cadena que llega hasta el consumidor. No hemos querido conformarnos con la idea de que la única solución a los problemas radica en el pleito judicial. Todo lo contrario: la articulación de medidas intermedias que faciliten la negociación contribuiría a descongestionar nuestros juzgados y mejoraría considerablemente la salud financiera de nuestros conciudadanos.

No olvidemos que cuando hablamos de educación financiera, lo hacemos como ese primer factor que permite garantizar la estabilidad, a todos los niveles, de individuos y familias. Ningún proyecto personal ni profesional puede salir adelante sin un grado de estabilidad económica mínimo. Es el fundamento del bienestar social y a lo que, entre todos, tenemos que contribuir.

Pero quiero referirme también a dos cuestiones fundamentales cuando hablamos de educación financiera. En primer lugar, el intenso proceso de digitalización que vivimos. Los dispositivos electrónicos, en especial, los smartphones se han convertido en las auténticas nuevas sucursales bancarias en las que hacer todo tipo de gestiones. En este contexto de constantes transformaciones y uso intensivo de las nuevas tecnologías, hay que seguir priorizando los derechos de los consumidores porque, de lo contrario, los abusos, la falta de transparencia en la contratación de productos y servicios y la mala praxis, en general, que hemos vivido en el sector bancario en la última década se replicarán en el ámbito de las tecnológicas financieras.

El entorno digital ofrece muchas ventajas para el consumidor financiero, como la rapidez de las gestiones y la reducción de costes, en algunos casos, pero también encierra amenazas como el sobreendeudamiento y el fácil acceso a financiación rápida tipos de interés abusivos, la pérdida de privacidad o los ciberataques. 

Y en segundo lugar, la sostenibilidad. El futuro de las finanzas será sostenible o no será, del mismo modo que el resto de actividades llevadas a cabo por nuestra especie: la evidencia científica ya es lo suficientemente sólida como para que seamos conscientes de la importancia de modular el impacto que ejercemos sobre nuestro entorno. Y no son reflexiones de índole elitista: como consumidores debemos ejercer la presión a entidades y compañías para que ofrezcan productos y servicios financieros sostenibles, pero también, asequibles. La transición ecológica no puede ser un producto de lujo... o tampoco será.

"Necesitamos un entorno normativo que proteja efectivamente al consumidor junto con un sistema sancionador contundente"

Finalizo con esta reflexión. Educación es exigencia, pero también es responsabilidad. No estar al albur de las circunstancias, acontecimientos y necesidades o apetencias del contrario. Es saber qué es lo mejor para uno mismo, para su comunidad, incluso su entorno, y pedirlo, buscarlo, exigirlo. Sólo con un pensamiento crítico y cultivado seremos capaces de seguir mejorando y preservando nuestro bienestar material y personal, pero creer que solo con educación financiera estaremos a salvo es tan injusto como irreal.

Además de consumidores críticos e informados, necesitamos un entorno normativo que proteja efectivamente al consumidor junto con un sistema sancionador contundente, que disuada las entidades de colocar cláusulas abusivas que mermen su credibilidad y perjudiquen el mercado.