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'Cuatro esquinitas tiene el futuro'

Un futuro enmarcado por cuatro vectores conocidos, pero en transformación: cambio climático, digitalización, globalización y democracia

El futuro se está instalando ya sobre nosotros generando nuevos e importantes problemas .

Mientras el debate político sigue atascado por asuntos no resueltos del pasado, el futuro se está instalando ya sobre nosotros generando nuevos e importantes problemas a los que no prestamos la atención que merecen. Dicen los neurocientíficos que nuestro cerebro tiene un ritmo de adaptación muy inferior a la velocidad a que se está produciendo los actuales cambios tecnológicos y, desde luego, nuestras instituciones sociales están pensadas para velocidades más pausadas de transformaciones.

Así, tanto individual como colectivamente, estamos desajustados ante tantas novedades como están ocurriendo de manera exponencial lo que explica, pero no justifica, la realidad que vivimos donde el futuro nos está atropellando, como un tren sin control lanzado hacia nosotros a toda velocidad.

Un futuro enmarcado por cuatro vectores conocidos, pero en transformación: cambio climático, digitalización, globalización y democracia, sobre los cuales estamos cambiando de percepción en los últimos tiempos, abandonando una primera aproximación cándida para ahora, más de cerca, empezar a destacar sus peligros. En cierta forma, estamos pasando de la utopía inicial, a una especie de distopía, tal vez, un poco precipitada. Veámoslo.

Cuando los negacionistas del cambio climático provocado por la acción humana han perdido por completo la batalla ante la opinión pública, empezamos a acumular evidencia que nos indica que no llegamos, que, con las medidas actuales, no seremos capaces de limitar el calentamiento global a ese 1,5/2 grados marcado como objetivo y deberíamos empezar a prepararnos, ante el fracaso, para mitigar sus tremendos efectos negativos. A pesar de la vuelta de EEUU al Acuerdo de París, China sigue marcando sus propios tiempos de manera unilateral, no estamos cumpliendo con el Fondo prometido para ayudar a los países menos desarrollados en su reconversión energética, empezamos a sufrir los costes asociados a las medidas incluidas en la transición ecológica (ya se habla de que son el equivalente a un shock negativo de oferta que tendremos que incorporar al coste del proceso) y, sobre todo, pasado el espejismo del confinamiento, los países no estamos cumpliendo con la reducción de emisiones de CO2 que, incluso, están subiendo de nuevo, alejándonos de los compromisos de París. La ONU acaba de oficializarlo: las emisiones están aumentando a ritmo acelerado tras el parón de la Covid y, a este ritmo, estamos muy lejos de cumplir el Acuerdo de París. Y frente a esa realidad de los datos, de poco valen las enfáticas declaraciones de los responsables políticos.

Si no estamos dispuestos a asumir el coste de las políticas dirigidas a reducir los daños conocidos del cambio climático como sequías, destrucción de las costas (y el turismo de playa), desaparición de islas, deshielo de los casquetes polares etc. Tal vez deberíamos empezar a preparar planes de contingencia, porque si la temperatura media sube más de esos 2 grados, el desastre sobre nuestras sociedades y su modo de vida, será mucho mayor, incluyendo fuertes emigraciones por razones climáticas.

El auge del populismo en occidente y los problemas de excesiva dependencia externa en productos estratégicos que ha puesto de relieve la pandemia y los actuales estrangulamientos por escasez de productos básicos como los chips, nos está haciendo ver la globalización con ojos muy distintos a las bondades sin límite que nos contaron los neoliberales. No veo posible, ni deseable, una vuelta al proteccionismo nacionalista, pero si una revisión del actual modelo de cadenas internacionales de valor y de excesiva dependencia en suministros claves. La ausencia de instituciones internacionales adecuadas a la actual correlación de fuerzas en el mundo, nos hace temer que este proceso se llevará de manera desordenada y fuera de un marco multilateral. Del resultado de esa revisión se derivará las posibilidades competitivas de un país como España, hoy cuestionadas.

La Inteligencia Artificial, tercera oleada de la revolución digital, está cambiando nuestra vida y la va a transformar de manera tan profunda como lo hizo la revolución industrial, pero con dos diferencias: la IA es mucho más transversal (está en todas partes) y, sobre todo, su implantación global está siendo muchísimo más rápida. La IA es hoy mucho más que "inteligencia". Es una tecnología de predicción para la toma de decisiones, basada en algoritmos cuya materia prima somos los humanos y los miles y miles de datos (información) que es capaz de extraernos, hoy por hoy, en clara violación de nuestra privacidad y derecho a la intimidad. Datos cuya finalidad es conocernos mejor para influir sobre nuestra conducta a la hora de comprar un producto, ir a un hotel u otro, pero, también, votar a un partido o a otro. En ese sentido, una IA más desarrollada, será también más autónoma y menos controlable por nosotros y más por el grupo de cinco grandes empresas que son sus dueños. Todo un desafío, no solo a nuestra concepción de trabajo (robotización, uberización), de empresa (plataformas con algoritmos) y de estado de bienestar, que abre nuevas vías de desigualdades, sino un reto a la hora de mantener los derechos humanos en la red.

Modelos políticos

Todo ello junto, representa una enmienda a la totalidad de los valores con que hemos construido nuestras sociedades democráticas en occidente. Detrás de la confrontación tecnológica entre China y EEUU no se encuentra, solo, una guerra económica entre empresas muy poderosas. Hay también un enfrentamiento entre dos modelos políticos muy diferentes: uno, que con todas sus dificultades sigue defendiendo la libertad individual, la cohesión social y la democracia y otro que, en nombre de la eficiencia, impone una autocracia de partido único, basada en la censura y el control de unos seres humanos infantilizados. No entender que el futuro y que la batalla contra el populismo regresivo también va hoy de esto, es confundir, de forma interesada, a los ciudadanos.

Si el futuro es importante porque es ese lugar donde vamos a pasar el resto de nuestra vida, y viene preñado de tantas oportunidades, pero también, de tantos problemas, tal vez sea razonable exigir a nuestros políticos que dediquen algo más de tiempo y esfuerzos para dirigir un debate sobre los mismos que conduzca a adoptar medidas que permitan controlarlo hasta donde sea posible y, sobre todo, preparar nuestra adaptación individual y colectiva al mismo.

Deberíamos aspirar a definir un proyecto de país basado en cómo queremos abordar ese futuro y sus desafíos, en lugar de encelarnos en polarizarnos agitando proyectos identitarios basados en el pasado. Porque, a diferencia de la canción infantil, no podemos esperar que estas cuatro esquinitas que delimitan nuestro futuro, tengan cuatro angelitos que nos protejan. Al menos, mientras sigamos creyendo que la Ilustración, al darnos el conocimiento y la mayoría de edad suficiente como para articular nuestra vida personal y colectiva según valores racionales consensuados, sigue siendo uno de los grandes avances de la humanidad.

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