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IPC

De 1992 a 2022: viaje por la España de la inflación

Los precios cerraron 2021 a un nivel nunca visto desde 1992 | Son legión los españoles que no han vivido una situación así, sobre todo los más jóvenes. aquel mundo era muy diferente al de ahora

Venta de productos cárnicos en un supermercado Champion en Barcelona de los años 90.

El escritor Josep Pla tenía entre ceja y ceja a la inflación. Literalmente, le daba pavor desde que fue testigo de los estragos que causó en la Alemania de la República de Weimar. Entre 1921 y 1923 el marco se depreció tanto que apenas tenía valor. Las familias con sus ahorros en los bancos se arruinaron. Los precios de los alimentos y productos de consumo subían de un día para otro. Un 70% en enero de 1922, por ejemplo. Terreno abonado, dicen algunos, para la posterior eclosión nazi.

Desde entonces ha pasado un siglo y, de pronto, la inflación ha vuelto a colarse entre las preocupaciones de los ciudadanos. El año 2021 terminó con una subida general de los precios del 6,7%, un nivel desconocido en España desde marzo de 1992, cuando se situó en el 6,86%.

Cuenta el director del Observatorio de Economía Internacional de la Universitat de Valencia, Vicente Pallardó, que hasta ahora a sus alumnos les sorprendía que entre algunos de los parámetros clásicos de la economía que son un grave peligro si se desajustan, como el déficit y el paro, incluyera la inflación. Parece lógico. La vida de esos jóvenes ha transcurrido bajo el signo de la estabilidad de los precios. Ahora les toca, como a sus padres hace tres décadas, padecer este fenómeno, por fortuna en cifras a años luz de las de hace un siglo o de ese 557% que alcanzó Zimbabue en 2020. Sin embargo, ¿qué empareja a estos dos períodos de la historia? ¿qué diferencia a ambas generaciones? ¿Un mundo? No tanto, pero hay distancia.

Pallardó no encuentra demasiadas similitudes entre aquel 92 de ensueño, el de una España rejuvenecida, atractiva para los inversores tras su reciente incorporación a la Unión Europea y embebida por la organización de las Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla, y este país al borde del diván tras dos años de pandemia. Una de ellas está en la presión que sobre los precios ejerce la energía. Hace tres décadas por los efectos sobre el petróleo de la Guerra del Golfo. Ahora por la adaptación a una economía sostenible y los conflictos geoestratégicos que están elevando sin tasa el coste de la luz y el gas para disgusto de empresas y ciudadanos.

Se puede encontrar otra. Ambos momentos estuvieron precedidos por una crisis de grandes proporciones, aunque el experto considera menos grave para España la Gran Recesión de 2008 que la del crudo de los años setenta del siglo XX, porque esta última pudo "haberse llevado por delante la incipiente democracia" tras la dictadura franquista. Fue un momento en que la inflación, tras una escalada de los precios y los salarios, rondó el 30%. Ahí estuvo el origen de los Pactos de la Moncloa de 1977, suscritos por todos las formaciones parlamentarias y que sentó las primeras bases para contener el IPC. De hecho, una de las diferencias sustanciales entre una época y otra está en que el 92 llegó tras una década larga de bajada sostenida de la inflación y 2021 ha terminado tras una extensa etapa de estabilidad.

Manuel Fraga Iribarne junto a la plana mayor del Gobierno y la oposición en los Pactos de la Moncloa.

Autonomía

A esta última etapa contribuyó sobremanera la ley de autonomía del Banco de España de 1994 que lo pone en la senda, como luego haría el Banco Central Europeo (BCE) para todo el área del euro, de la política del Bundesbank alemán, obsesionado con sujetar la inflación en torno al 2%.

El profesor de Economía Aplicada considera que en la crisis que sobrevino tras los fastos del 92, la de 1993/1994, no se habría depreciado la peseta, al menos en la magnitud en que se hizo, si el Banco de España hubiera sido ya independiente del Gobierno. En aquel tiempo, los tipos de interés estaban por las nubes. Se podía pagar un 15% de interés en el hipotecario, cuando ahora apenas supera el 1%, lo que da una idea de los agigantados problemas que tendrían en este momento quienes quisieran comprarse una casa (e independizarse de sus familias) si los bancos les reclamaran tales tipos. Con un precio del dinero tan elevado, el país era un reclamo para la inversión exterior, pero las exportaciones se resentían. La devaluación equilibró la balanza exterior, pero empobreció a la mayoría de españoles.

Quienes vivieron a plena conciencia aquellos tiempos no olvidan las pérdidas descomunales de empleo que se produjeron en los años siguientes al 92, algo que no se está produciendo en estos momentos, cuando el número de afiliados a la Seguridad Social alcanza niveles históricos en plena recuperación de la pandemia. Es así porque el mercado laboral de una época y de otra es distinto, como también lo es la presencia del Estado del bienestar en la vida de los ciudadanos, con unos niveles de cobertura en la actualidad que hace treinta años eran impensables, por ejemplo la renta mínima.

En este tiempo, la población activa ha cambiado sustancialmente porque tres décadas atrás, como apunta Pallardó, los inmigrantes económicos eran testimoniales y no se había producido la incorporación masiva de las mujeres al mercado de trabajo. También las familias han cambiado -en muchos casos sustituidas en su manto protector por el Estado- y han perdido volumen: abundan los hogares monoparentales y los abuelos tienden a vivir por su cuenta. Aquel era un mundo en el que solía ser habitual que un sueldo nominal sirviera para abastecer a toda una familia. Ahora es más normal que en una casa haya dos salarios, aunque el experto matiza que seguramente hace tres décadas había más economía sumergida. "Es la única explicación", precisa, para sobrevivir con menos ingresos.

¿Y los jóvenes? Los de hace tres décadas habían tenido "más dificultades para llegar a la edad de trabajar y necesitaron un mayor esfuerzo, pero cuando alcanzaban las puertas del mercado laboral las traspasaban muy fácilmente, de manera singular los que estaban cualificados. Esas personas luego les dieron todo tipo de facilidades a sus hijos, pero estos se han encontrado con un mundo difícil de penetrar. Entonces faltaba personal cualificado y ahora profesionales".

Durante la crisis de 1992, Carina Moliner, de 52 años, estaba a punto de licenciarse en Empresariales. "Prácticamente no tenía cargas económicas y ahorraba para independizarme". Cuando terminó de estudiar encontró trabajo "fácilmente" y sí tiene muy presente la crisis que vino después. "Si hubiéramos comprado el piso un año más tarde, hubiéramos pagado casi el doble en tipos de interés". Madre de tres hijos, dejó de trabajar con su primer embarazo y asegura que, en estos últimos meses, la cesta de la compra se ha encarecido mucho. "Por suerte, ahora ya no tenemos hipoteca por pagar pero nuestros hijos lo van a tener muy complicado para poder independizarse", augura.

Precisamente, su hijo mayor, Oriol Martín, que acaba de estrenar mayoría de edad y estudios universitarios, vive sin mucha preocupación la actual subida de precios, que considera que le afecta "de forma indirecta cuando hay que comprar ropa o salir con los amigos". A su entender, "muchas empresas han tenido problemas durante la pandemia pero la economía empieza a recuperarse". Oriol no ve, de momento, similitudes con la crisis de 1929 "que estudió en historia" ni con la del año 2008, sobre la que "he oído hablar". Y respecto a su futuro, "ya veremos cómo va cuando llegue el momento".

Son esos jóvenes los que también enfrentan ahora un problema de enorme magnitud, que podría marcarles si los pronósticos de una inflación pasajera no se cumplen. El mantenimiento de los precios en sus cuotas actuales es una seria amenaza porque lo que implica es una pérdida de poder adquisitivo. Dicho de otra forma, un descenso hacia la pobreza en un colectivo ya de por sí castigado por los bajos salarios. También es una cruz para quienes tienen menos recursos o han perdido su empleo. Si los precios no se moderan se puede entrar en un bucle peligroso: si suben los salarios para compensar ese crecimiento, al final las empresas trasladan el alza a los clientes, con lo que la inflación no se contiene. Si los sueldos no crecen, el empobrecimiento es general, aunque soportable para las clases más acomodadas.

La respuesta está en las autoridades monetarias. Volvemos al principio. Vigilan para que la inflación no se desboque. En estos tiempos de pandemia, el Banco Central Europeo considera que la inflación es temporal, pero si los precios no bajan se verá ante una tesitura hamletiana: subir o no subir los tipos de interés. Si los eleva para contener la inflación puede dañar la recuperación y darle un dolor de cabeza suplementario a quienes están hipotecados. Si no, las consecuencias también pueden ser complejas, singularmente por propiciar un empobrecimiento y un crecimiento de la desigualdad que aliente las protestas, como está sucediendo estos días en Kazajistán por el alza del gas. Terreno abonado para los populistas.

El problema es que la tendencia ya va en la primera dirección, como asegura el director adjunto del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE), Joaquín Maudos. En su opinión, los bancos centrales "no tendrán más remedio que retirar estímulos monetarios que darán lugar a alzas de los tipos de interés". Algunos, como el Banco de Inglaterra, ya lo han hecho y la Reserva Federal de Estados Unidos ha empezado a descontar subidas del precio del dinero a lo largo de este año.

Sede del Banco Central Europeo (BCE) en Fráncfort. Reuters

¿Qué pasará con la inflación? Maudos cree que "sólo el tiempo dirá" si será "transitoria o permanente". "La opinión de las instituciones oficiales como el FMI o el BCE es que es coyuntural, como consecuencia de diversos shocks de oferta como la subida del precio de la energía y las materias primas y los cuellos de botella en la producción como consecuencia del desajuste de la oferta ante una demanda que ha aumentado con la recuperación post covid.

Por eso, el BCE todavía mantiene que la inflación a medio plazo se sitúa en niveles no preocupantes. Pero, dicho esto, hay riesgo de que se produzca una espiral precios-salarios si los agentes económicos creen que los actuales niveles de inflación se mantienen en el tiempo. Si se revisan al alza las expectativas de inflación, darán lugar a subidas salariales que se traducirán en más inflación", apunta.

China

No sólo está ese peligro. También se otea la amenaza china. El gigante asiático ha cerrado la provincia de Xian para contener la pandemia, ahora desbocada en todo el mundo por la variante ómicron, y si esa medida se extendiera a las regiones más punteras en producción industrial y a los puertos, es indudable que "se volvería a romper la cadena de suministro global, lo que provocaría una mayor presión sobre la inflación", añade Vicente Pallardó, quien, no obstante, se apunta a la tesis de que los niveles de precios que se están viendo tenderán a la normalización precovid.

Según su criterio, la inflación bajará en los próximos meses aunque se mantendrá por encima del 2%, quizás en la frontera del 3%. Y lo argumenta: "Hay un factor estadístico, porque hacemos la comparación sobre meses en los que los precios bajaban, pero además ha coincidido todo lo malo que podía coincidir: pandemia, mal clima, problemas geopolíticos, ruptura de la cadena de valor… Asimismo, la economía global reacciona, se pone el turbo para producir más semiconductores y satisfacer la demanda aplazada o se buscan suministros de materias primas alternativas o se botan más barcos".

El profesor de estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Cataluña (UOC), Josep Lladós, augura que no va haber una aceleración de precios en los próximos meses, pero sí se van a mantener en un nivel elevado, similar al actual, en cifras interanuales. "Mantendremos una inflación elevada hasta la primavera. Después se irá moderando y en el segundo semestre del año volveremos a una inflación comparable a la que teníamos a inicios del año pasado", afirma el académico de la UOC.

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