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Activos

Sí, hay cambio de ciclo

Tenemos ya más afiliados a la Seguridad Social que antes de la pandemia y ya no quedan trabajadores en ERTE

Ilustración.

Sin catastrofismos recesionistas, pero múltiples indicios apuntan que estamos en pleno cambio de ciclo económico. Más allá de las percepciones interesadas difundidas desde los mercados financieros, señalaré unos cuantos datos que lo avalan, empezando por la inflación. Hasta ahora, todavía podíamos defender que sería un fenómeno transitorio, vinculado a la subida de precios energéticos y alimentarios como consecuencia de la guerra de Putin en Ucrania y la nueva confrontación Este-Oeste.

Ahora, sin embargo, hasta la vicepresidenta Calviño reconoce que la inflación será mayor y durará más de lo previsto, por ejemplo, en su reciente ‘Actualización del Programa de Estabilidad 2022-2025 del Reino de España’. A título de ejemplo, FUNCAS acaba de hacer públicas sus previsiones de inflación hasta 2023 y ya incluye, como media anual, un IPC del 7,9% para este año, con una ligera desaceleración en el segundo semestre y del 4% para 2023, donde anticipan que diciembre cerrará con el 3,5%.

En el citado Programa de Estabilidad, en coherencia con la menor inflación estimada, se supone un precio medio internacional de 99,1 dólares/barril de petróleo para 2022, con un descenso hasta 92,3 dólares en 2023 y, en el caso del gas, 94 euros MWh este año, que pasaría a 81,9 en próximo año. Sin embargo, todas las previsiones hoy en los mercados de futuros anticipan unos niveles muy superiores de precios tanto del petróleo, como del gas, al menos, hasta mediados del 2023. La única esperanza es que, por la parte de los cereales, la actual subida de precios puede llevarnos a la segunda mayor cosecha de la historia el año que viene, lo que rebajará, sin duda, los precios en 2023.

Si la inflación dura más de lo previsto, se incrementa la probabilidad de que ocurran dos riesgos que, en cierta medida, se retroalimentan: que estalle la espiral precios-salarios (algunos indicios existen ya, con la inclusión de cláusulas de revisión en convenios) y que el BCE se vea forzado, no solo a acelerar su regreso a la normalización monetaria, cosa que ya ha anunciado, sino que lo haga con una subida de tipos más intensa de lo previsto a fecha de hoy. Detrás de esto último, como vimos la semana pasada, se esconde los temores de recesión que tanto ruido están generando. El resultado puede ser, una nueva revisión a la baja de la estimación de crecimiento desde el entorno del 4% en que está hoy.

También hay un cambio en la actitud frente al déficit y la deuda pública. Sobre todo, en la exigencia creciente al Gobierno a que vaya presentando un plan de medidas para reducir el déficit estructural, aquel que no está vinculado al ciclo económico. Esta exigencia se redoblará si, como parece, el Gobierno no solo prorroga las medidas puestas en marcha para hacer frente a los efectos de la guerra de Ucrania, sino que se ensanchan e incrementan con nuevas iniciativas de gasto.

Sobre esto último, señalar que desplazar la obsesión mostrada por el Gobierno sobre el control de precios (alquileres, gasolina, electricidad…) en favor de ayudas directas a las rentas más bajas como se propone ahora, es un paso positivo, pues permite diferenciar entre respeto a la libertad económica y política social redistributiva aunque, esta, cargue directamente sobre los Presupuestos.

La no deflactación de la tarifa impositiva está aumentando los ingresos públicos en una cuantía que la Airef calcula en 12.000 millones de euros. Ante la ausencia de una estrategia fiscal a medio plazo, la Airef calcula que, a pesar de ello, el déficit estructural, que se sitúa en el 4% del PIB (6 décimas por encima de antes de la pandemia), no bajará y a partir de 2025, la deuda pública volverá a subir, a la vez que su coste de financiación. En el Programa de Estabilidad ya aparecía que el crecimiento solo reduciría el déficit coyuntural, sin mermar el estructural que, antes bien, tenderá a aumentar con el aplazamiento de la reforma fiscal y la indicación de las pensiones con el IPC. 

Con nuevas rebajas en el crecimiento y las nuevas medidas compensatorias de rentas familiares por la inflación, la perspectiva del déficit se agrava y, con ella, la necesidad de un plan a medio plazo que garantice su regreso a los márgenes permitidos por Bruselas. Máxime, cuando los mercados financieros están despertando, de nuevo, a la especulación contra la deuda de los países periféricos del euro, forzando al BCE a arbitrar medidas de contraprestación para mitigar el impacto sobre las primas de riesgo. También aquí podemos ver el cambio de ciclo.

Aprobar medidas estables

Para reducir el déficit estructural es necesario aprobar medidas estables que conduzcan o bien a incrementar ingresos, o a reducir gasto, o a una combinación de ambas. Según una amplia encuesta sobre la cuestión encargada por Funcas y dada a conocer este mismo mes, el 66% de los ciudadanos valoran la importancia del sector público y reconocen que desempeña una función necesaria para la sociedad. En consonancia, un 61% está bastante o muy en desacuerdo con la idea de que, si no se pagara ningún impuesto, viviríamos mejor. Pero una mayoría cree que los servicios públicos no están gestionados correctamente y para un 65% el déficit público en España es un problema grave. Sin embargo, un 43% prefiere un recorte del gasto público para reducir el déficit, frente a sólo un 10% que defiende subir impuestos. Eso sí, un recorte sin daño para los ciudadanos: de ese mítico gasto duplicado o innecesario que, supuestamente, existe en grandes cantidades.

El último asunto sobre el que quiero constatar hoy el cambio de ciclo que se está produciendo en el clima económico del país es el mercado laboral, cargado de datos positivos. Tenemos ya más afiliados a la Seguridad Social que antes de la pandemia, el número de parados ha bajado de los tres millones, por primera vez desde 2008, ya no quedan trabajadores en erte, esa figura que se reactivó durante la pandemia para cubrir el hueco existente en España de ausencia de mecanismos de flexibilidad interna en las empresas. Además, la reforma laboral ha encontrado la fórmula para transformar en fijos discontinuos a la mayoría de falsos temporales que situaban a España en niveles de temporalidad récords en Europa. Así, los fijos discontinuos están subiendo a ritmos del 325% y la temporalidad se desploma y parece poco discutible que es mejor estar fijo, aun discontinuo, que temporal, ¿o no? 

Se constata que continúa la creación de empleo y el desacople entre evolución de PIB y empleo que empezó hace unos años y que hemos cerrado dos de las más importantes brechas con Europa en mercado laboral: poca flexibilidad interna y alta temporalidad. Balance positivo.

Se le atribuye a Keynes una frase con la que quiero cerrar hoy la columna: yo, cuando cambian los datos y la realidad, cambio de opinión. ¿Usted no?

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