Opinión

Valencia no puede ser el campo de batalla del PSOE y el PP

Un manifestante en las protestas por la gestión de la DANA en València.

Un manifestante en las protestas por la gestión de la DANA en València. / Mediterráneo

El primer editorial de Prensa Ibérica sobre la DANA que devastó Valencia en la tarde del 29 de octubre, titulado “Una tragedia que necesita respuesta”, señalaba: “Las víctimas mortales, los damnificados que se van a contar por cientos de miles, la quiebra en sus cuentas que va a suponer para muchas familias y el agujero que se da por descontado en la economía valenciana, todo eso, exige respuestas suficientes y asunción de responsabilidades por parte de los gobiernos, empezando por el que preside Carlos Mazón”. El texto, elaborado apenas unas horas después de la catástrofe, sostenía también: “Se extiende la percepción de que la gravedad de la situación no se midió correctamente”.

El segundo, publicado tras los graves incidentes de Paiporta, donde la comitiva oficial que encabezaban los Reyes acompañados por los presidentes del Gobierno y la Generalitat, fue objeto de lanzamientos de palos y barro e increpada al grito de “asesinos”, advertía: “En la España y la Europa del siglo XXI no caben los atrincheramientos que no llevan a ninguna parte, resquebrajan en su propia miseria la necesaria cohesión social y se muestran incapaces de ayudar a los ciudadanos cuando lo necesitan”. El editorial, titulado “Un espectáculo dantesco”, concluía definiendo la situación de forma harto gráfica: “Una vergüenza”.

Por desgracia, transcurridas ya casi dos semanas desde la tromba, los peores augurios se han cumplido. El espectáculo que la Administración está dando a los ciudadanos ya no es dantesco, es grotesco. Hablar de “vergüenza” en el comportamiento de muchos de los actores políticos, siendo un calificativo tan duro, se queda corto en demasiados casos.

Nadie duda de la enorme magnitud de la catástrofe. Del gigantesco reto que supone para cualquier gobierno enfrentarse a una tragedia que ha asolado a 79 poblaciones y ha afectado directamente a 845.000 personas, de ellas desgraciadamente más de 200 ya confirmadas como fallecidas mientras continúa la búsqueda de decenas de desaparecidos. El drama ha evidenciado los desmanes urbanísticos cometidos durante décadas, las obras no realizadas a pesar de su necesidad en cauces y barrancos, los fallos y las carencias en los sistemas de alerta y en la coordinación política tanto de los efectivos de Emergencias como de los de auxilio.

Pero lo desesperante es comprobar que la montaña de fango físico que ha cubierto una amplia zona de Valencia compite con la que el Gobierno central que preside Pedro Sánchez y el Consell a cuyo frente está Carlos Mazón se han empeñado en levantar, enfrentando a los ciudadanos en lugar de dedicarse a protegerlos. La catarata de acusaciones cruzadas por ambos ejecutivos en los últimos días es inconcebible en una democracia moderna y creíamos que consolidada. Después de haber sido asolados por la tromba, ahora estamos desolados por la lamentable gestión de uno de los sucesos más graves ocurridos en España.

Esto tiene que parar de una vez. Mazón y Sánchez tienen que ser conscientes de que la escalada en la que están empeñados sólo les lleva a ambos, a las instituciones y al ejercicio mismo de la política al descrédito. Las contradicciones son enormes. Cuanto más denuncia el Gobierno de Sánchez los graves errores cometidos por el de Mazón, más queda en evidencia su propio fallo al no declarar desde el primer momento el estado de emergencia y haber asumido las competencias. Cuanto más intenta Mazón achacar esos errores al Gobierno central, más queda patente su propia incapacidad para manejar la situación y su equivocación al no haber sido él mismo el que pidiera esa declaración del estado de emergencia. Ambos gobiernos se retroalimentan, lo que les hace perder la confianza de los ciudadanos.

No nos cabe duda alguna de que las responsabilidades políticas serán depuradas. Otra cosa no es imaginable. También las administrativas y penales. Hay querellas en curso, algunas ya aceptadas por los tribunales. Pero por desgracia sigue siendo el momento de ocuparse de la población: ni todos los muertos están enterrados, ni todos los desaparecidos localizados, ni mucho menos todos los que sufrieron daños están atendidos. Así que, basta ya. Después de una devastación como la sufrida, Valencia no puede ser el campo de batalla de los grandes partidos, sino el lugar donde intenten rehabilitarse antes de que sea tarde. Más allá de algunos excesos en los manifiestos leídos por los convocantes y de pequeños incidentes puntuales, las víctimas y las decenas de miles de ciudadanos que salieron a la calle ayer para expresar de forma pacífica y en un ejercicio de democracia su malestar, sobre todo contra Mazón, del que se exigió insistentemente su dimisión, no merecen el trato que están recibiendo.

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