Sí, lo sé, como madre te sientes juzgada continuamente hagas lo que hagas. Tanto si das el pecho pasados los 6 meses, como si ya has dejado de hacerlo o nunca se lo has dado; como si se acerca el primer día de guardería y aún no has podido quitarle el pañal a tu hijo... La lista de actos que provocan que los demás se crean en el derecho de criticarte es infinita.

Aunque mi principal consejo es que pases absolutamente de todos estos comentarios y hagas lo que te dé la gana, entiendo que, harta de recibirlos, quieras contestar. Para ello, te voy a dar 5 respuestas con base científica a 5 de los juicios más comunes. Vamos a ello:

1. Si lo coges tanto, le vas a acostumbrar

Esta es, sin duda, la reina de las frases. Por desgracia, sigue existiendo la creencia de que las necesidades básicas de un bebé se limitan a tres: comer, dormir y hacer sus necesidades. ¿Y el afecto? Nada, eso no es una necesidad, eso es un capricho y, además, cuanto más cariño le des, más mimado le tendrás y más llorará para chantajearte y reclamarte estar en brazos. Porque, como todo el mundo sabe, un bebé de meses ya tiene una mente tan perversa como para chantajear a sus padres, ¿verdad?

Bien, pues como decía al principio, la ciencia da la razón a aquellas personas que cada vez que un bebé llora o está intranquilo, lo cogen y no le dejan llorar para ver si se calma solo.

Es cierto que, si ante un bebé que llora, nuestra respuesta es dejarle llorando para que se calme solo, el bebé aprenderá a no llorar, porque pronto entenderá que nadie le hace caso cuando lo hace, pero esto no significa que el bebé haya aprendido a satisfacer sus necesidades por él mismo, simplemente se resigna a no pedir ayuda y, por tanto, sus necesidades quedan descubiertas.

"Las madres y padres que cubren las necesidades de los niños, también las afectivas (por supuesto), están sentando las bases para que estos niños, de adultos, gocen de salud emocional, estableciendo con ellos un apego seguro”, como bien explica el psicólogo Rafa Guerrero en su libro ‘Educar en el vínculo’.

A este respecto, hace unos años se posicionaba Lucía Galán (Lucía, mi pediatra): “los bebés no acaban de nacer cuando llegan al mundo, sino que llevan nueve meses en un entorno en el que oyen un ruido constante, tienen comida siempre disponible y sienten el calor de mamá… El parto es como si a nosotros de repente nos llevan a otro planeta, sentiríamos pánico. El alimento y el afecto son dos necesidades vitales que no se puede negar a los bebés”.

2. Este niño debería andar ya

Existe cierta creencia compartida sobre que si los niños empiezan antes a andar significa que están más adelantados o incluso son más inteligentes que otros niños de su misma edad. Por eso, y siguiendo este falso mito, muchos padres y madres intentan “forzar” de alguna manera que su hijo camine y se salte la fase del gateo, agobiados por seguir los ritmos de otros niños y niñas.

Sin embargo, el neuropsicólogo, profesor y escritor Fernando Alberca, en su libro 'Todos los niños pueden ser Einstein', siguiendo los estudios de la doctora Pilar Martín Lobo, se encarga de deshacer este mito con varias razones de peso sobre la importancia de gatear que, como otras actividades, “es crucial para el desarrollo mental del niño”. Vamos a ver el porqué:

  • Con el gateo, el niño empieza a utilizar funciones de ambos lados del cuerpo coordinadamente.
  • Pasa de la visión monocular (ambos ojos se usan por separado) a la biocular o duocular, y más tarde a la binocular (los dos ojos se utilizan conjuntamente).
  • La audición se convierte en binaural (los dos oídos funcionan de manera coordinada) y comienza a situar el sonido en el espacio.
  • El gateo estimula el sentido del tacto, el oído y la vista.
  • Propicia la conexión entre los dos hemisferios cerebrales.
  • Facilita la coordinación oculo-manual (ojo-mano), que será determinante en el resto de su desarrollo madurativo e intelectual.
  • Incide en la lateralidad de los niños. Esto hará que con el tiempo sean más ágiles para razonar; más seguros cuando se tengan que enfrentar a retos; y tengan un mayor nivel de motivación.

Por tanto, es crucial respetar todas las etapas evolutivas de nuestros hijos (también el gateo) y, para ello, es fundamental respetar sus ritmos. Si no lo hacemos, estaremos impidiendo su correcto desarrollo.

3. A los 6 meses, ya debería dormir solo

Durante años, estuvo de moda un método para conseguir que los niños durmieran solos sin rechistar, el método Estivill. El autor es el médico catalán Eduard Estivill, y sus principios se recogen en el libro 'Duérmete, niño'. Según el método Estivill, a los 6 meses el niño debe dormir solo, en su propia habitación, con la luz apagada. Además, debe dormir 11 o 12 horas del tirón. De no hacer todo esto, tendremos que aplicar su método, que conseguirá revertir la situación en pocos días.

El método consiste, básicamente, en decirle al niño que a partir de ahora va a dormir solo. ¿Qué se pone a llorar? Los padres solo podemos consolarlo cada cierto periodo de tiempo, pero no podemos cogerlo en brazos ni darle de comer. Esa rutina se denomina “espera progresiva” ya que el tiempo de espera debe aumentar paulatinamente. Por ejemplo, el primer día los padres debemos acudir después de 1 minuto (la primera vez que el niño llore), hasta llegar a postergar 5 minutos en las esperas sucesivas. Así, durante el quinto día de aplicación, la primera espera es de 9 minutos, hasta aumentar a 13 minutos en las esperas sucesivas.

Estevill dice que su método funciona en el 98% de los casos. Si funcionar es que los niños dejen de llorar porque rápido entienden que nadie va a ir a consolarlos, efectivamente, el método funciona, pero ¿a costa de qué? A costa de aprender que las personas con las que tienes la primera relación importante en este mundo no te van a ayudar cuando necesites calmar todas esas emociones negativas con las que no puedes lidiar porque eres muy pequeño, lo cual tiene muchas consecuencias negativas para la salud emocional de ese niño.

Lo que nadie que emplee este método tiene en cuenta es:

  • El significado de la oscuridad para los humanos. Un significado que aprendimos cuando éramos animales que vivíamos entre otros y debíamos protegernos. Y es que por la noche salen los depredadores, es más difícil ver quien hay a tu alrededor y tu seguridad está más expuesta. Es evolutivo, es pura supervivencia, no se olvida con facilidad.
  • El ser humano llega al mundo totalmente dependiente. El paso de la dependencia a la independencia no se produce por arte de magia, sino teniendo a figuras de apego (generalmente las madres y padres) cubriendo todas y cada una de nuestras necesidades, también las afectivas.

4. Te está retando (ante una rabieta)

A nadie le resulta raro que un niño se haga pis encima hasta más o menos los tres años porque entendemos que no tiene control sobre sus esfínteres, sin embargo, que experimente rabietas nos lo tomamos como una provocación. ¿El motivo? No conocemos cómo funciona su cerebro.

La rabia es una emoción que todos hemos sentido alguna vez. Nadie puede evitar experimentar todas y cada una de las emociones que sentimos, lo único que podemos hacer es controlar la forma en la que las expresamos. El problema es que los niños ni siquiera pueden hacer esto último, neurológicamente están incapacitados. ¿El motivo? Su corteza prefrontal (encargada de hacerlo) aún no está lo suficientemente madura.

Es tal el desconocimiento que tenemos sobre cómo funciona el cerebro de un niño que pretendemos y exigimos a los niños que controlen y gestionen sus modales, su mal humor, su impulsividad y la manera de hacer determinadas cosas. En definitiva, tenemos la expectativa de que sean ellos quienes calmen su propia rabia (total, ellos se la provocan, ellos tendrán que dar con la solución, ¿no?). Pero esto no funciona así”, nos dice el psicólogo Rafa Guerrero.

Tenemos que tener claro, y asumir cuanto antes, que entre los 2 y los 5 años nuestros hijos van a tener rabietas. Nuestro papel, lejos de enfadarnos y castigarles por ello, es ayudarles a gestionarlas de una forma adecuada. Rafa Guerrero nos da algunas claves para hacerlo:

Mientras dure la rabieta:

  • Permitir y legitimar la emoción de rabia.
  • Recordar que el menor no tiene el control sobre su emoción ni sobre su conducta.
  • Aunque te gustaría que expresa la rabia de otra manera, es la mejor (¿y única?) manera que tiene de decirte que se siente rabioso.
  • Si quiere y se deja, abrázale.
  • A veces, lo único que podemos hacer es esperar (ya es mucho).
  • Asegúrate de que no se pueda hacer daño con nada ni que pueda herir a nadie.
  • En definitiva, acompaña.

Después de la rabieta:

  • Sigue mostrándote cariñoso.
  • No te lo tomes como algo personal.
  • Etiquétale o nómbrale la emoción que ha experimentado.
  • Puedes señalarle y criticarle su conducta inapropiada, pero nunca su emoción.
  • Trata de ejercer de su corteza prefrontal (piensa por él y pon orden en su cerebro).
  • Conecta su cerebro pensante con su cerebro emocional.
  • Llegad a acuerdos sobre qué cosas se pueden hacer si en un futuro vuelve a ocurrir lo mismo o algo similar.
  • Refuérzale que ya tiene el control sobre su conducta, antes no lo tenía.
  • Dale una narrativa adecuada y que le empodere sobre lo ocurrido.

5. Se lo tiene que comer todo

Nos decía el chef Juan Llorca en uno de nuestros eventos que “durante la lactancia respetamos el hambre del niño, pues le damos de comer a demanda, pero que cuando pasamos a los alimentos, decidimos nosotros cuanta hambre tiene nuestro hijo”.

En 1999, el pediatra Carlos González ya explicaba en 'Mi niño no me come' por qué nunca hay que obligar a un niño a comer. El dietista-nutricionista Julio Basulto confirmaba en 'Se me hace bola', publicado en 2013, que no existía justificación nutricional alguna para obligar. "El objetivo no es que el niño coma, sino que quiera comer, y que quiera comer saludable, y eso no se consigue con la coacción, con la presión, con la insistencia ni con premios y castigos”. En este sentido, la Academia Americana de Pediatría ya advertía a finales de los 70 en el 'Pediatric Nutrition Handbook', que el apetito del niño “es errático e impredecible”, y señalaba que no se debe forzar a comer en casa, pero tampoco en el colegio. “Solo el niño sabe lo que necesita a través de un experimentadísimo mecanismo que lleva milenios funcionando a las mil maravillas: el hambre”.

Resulta curioso que en la época de la humanidad en la que más sobrepeso y obesidad infantil hay, nos preocupe que nuestro hijo no deje el plato “limpio”. No existe la desnutrición en España, sino malnutrición por exceso y por mala alimentación con calorías vacías y consumo exagerado de bollería. Eso sí debería preocuparnos.

Por tanto, el único que debe decidir cuánto come es nuestro hijo. Las madres y padres tenemos otra misión: decidir qué alimentos hay disponibles en nuestra casa.