Un año más nos disponemos a celebrar la Semana Santa. Con el Domingo de Ramos empezamos unos días especialmente significativos en el calendario cristiano. La celebración de este año, en el marco del Jubileo extraordinario de la Misericordia, constituye una invitación a contemplar al Crucificado con ojos de fe y amor, y a descubrir en la Cruz la revelación más grande de la misericordia de Dios.

Los cristianos no podemos olvidar que la misericordia es signo de una religiosidad auténtica (Mt 9,13). Por ello, no podemos permanecer indiferentes ante el sufrimiento ajeno ni mirar con desprecio a los pobres y desamparados, porque sabemos que en el corazón de Dios son los que ocupan el primer lugar.

En el Crucificado brilla la misericordia de Dios hacia quienes sufren, porque el Hijo ha cargado con el sufrimiento del mundo y lo ha hecho suyo. El que podía castigarnos por nuestros pecados, acepta el castigo injusto. Cristo ha tenido misericordia de nosotros porque además de suplicar el perdón para sus verdugos, los ha excusado: “no saben lo que hacen”. Mientras que los hombres buscamos motivos para acusarnos los unos en los otros, Cristo busca en la Cruz razones para perdonarnos.

Vivimos en un mundo que fomenta muchas veces actitudes despiadadas, sentimientos de venganza, y en lugar de perdonar a quien nos ofende, buscamos devolver la ofensa.

En el himno de la carta a los Filipenses que se proclama en la liturgia del Domingo de Ramos, se nos invita a tener los mismos sentimientos de Cristo (Fl 2, 5). Esto significa pedir a Dios que nos dé un corazón capaz de apiadarse de los que sufren y de perdonar a quienes nos ofenden. Este es el camino para que todo el mundo encuentre la propia salvación.

Que estos sean unos días de gracia para quienes nos sabemos necesitados del amor de Dios. Pidamos al señor que tenga piedad de nosotros. H

*Bisbe de Tortosa