La campaña electoral del 26-J comenzó con las cartas marcadas. Incluyendo el relativismo del compromiso de Unidos Podemos con el referéndum de Cataluña. Pero, en el último tramo, el Fernándezgate y el brexit han alterado alguna previsión. El brexit ha inyectado vitaminas a los dos partidos sistémicos, y el Fernándezgate ha renovado la desconexión emocional del electorado catalán con el Estado. También ha laminado la credibilidad de Rajoy, pero sin coste electoral.

El brexit es un nuevo estímulo para facilitar el cierre de filas entre las formaciones del bloque dinástico. De modo que, a la vista de los resultados, nadie podrá impedir que gobierne el PP como partido más votado, con apoyo directo o indirecto de PSOE y C’s. Probablemente, esto requerirá un paso al lado de Rajoy o Sánchez para hacer posible una gobernación estable liderada por el propio Rajoy o por un independiente bien visto por el mundo del Ibex 35. ¿Y Unidos Podemos? Aunque no hubiera pinchado, las negociaciones han evidenciado la existencia de una norma no escrita que delimita un cordón sanitario en torno a Podemos y las fuerzas independentistas. Es una situación que recuerda a la anomalía democrática del Partido Comunista de Italia en el contexto de la guerra fría: se toleraba su presencia en gobiernos locales, pero tenía vetada la sala de máquinas del poder estatal. Podemos solo llegará al poder si la crisis sistémica española lo hace inevitable o si lima con fuerza las aristas ideológicas. H

*Periodista.