Carta del obispo

San Vicente

Este segundo domingo de Pascua es el domingo de la Divina Misericordia. Dios es misericordia; éste es su nombre, nos dijo el papa Francisco. Dios es amor; un amor fiel, que ama a sus criaturas y las sigue amando, incluso cuando se alejan de Él por el pecado; un amor compasivo y misericordioso, entrañable como el de una madre, que sufre y se compadece ante cualquier sufrimiento humano; un amor que está siempre dispuesto al perdón, a la reconciliación y a la sanación.

Jesús, el hijo de Dios, con sus palabras, gestos y obras, nos muestra este rostro de Dios. Él es la misericordia encarnada de Dios; y su Pascua --su pasión, muerte y resurrección-- es la manifestación suprema de la misericordia divina.

Jesús, ya resucitado, se aparece a sus apóstoles y les anuncia el don de la misericordia de Dios: «Paz a vosotros… Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos» (Jn 20, 21-23).

Así lo entendió y vivió san Vicente Ferrer como hemos podido celebrar y recordar durante el Año Jubilar Vicentino que termina este lunes, 29 de abril. En nuestras peregrinaciones y celebraciones hemos experimentado la misericordia de Dios recibiendo la indulgencia plenaria por todos nuestros pecados. En conferencias y exposiciones hemos podido conocer un poco más a este gran santo valenciano: Vicente fue un predicador incansable del Evangelio de la misericordia divina que invitaba a la conversión; y un itinerante infatigable que, como Jesús, iba de aldea en aldea animando a reconocer el poder de la misericordia de Dios que llega a todos, sin acepción de personas, para consolar, sanar, fortalecer y perdonar. Este es el legado de este Año Jubilar Vicentino y el mensaje del domingo de la divina Misericordia.

*Obispo de Segorbe-Castellón

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