"Se está portando bien este hombre", espeta el taxista cuando se le indica el local del recinto ferial de Mahón que albergará la fiesta con la que Zapatero se despide de Menorca. Si no fuera por su marcado acento inglés, se diría militante socialista de raigambre. La conversación posterior desvela que no se refiere a su forma de gobernar, ni a la aplaudida retirada de las tropas españolas de Irak.

El taxista habla exclusivamente del comportamiento del jefe del Ejecutivo en su periodo vacacional en Menorca. "Ni se ha notado que estaba", remata como el mejor de los piropos. Con él, dice, se acabaron los atascos que provocaba José María Aznar cuando sus escoltas paralizaban el tráfico de toda la isla --de apenas 50 kilómetros de longitud-- para que la familia del expresidente saliera a navegar, o para permitirles un acceso rápido y seguro al aeropuerto de Mahón. A éste sólo se le ha visto en público en dos ocasiones, cuando salió con Pasqual Maragall a pescar atún rojo y cuando voló a Mallorca para despachar con el Rey.

El resto del tiempo, en la finca alquilada para las vacaciones, que ni siquiera tiene playa. Incluso Zapatero, en confesión a un colaborador, dijo hace unos días: "Me han salvado las olimpiadas". De no ser por los juegos, se deduce, ¡menudo aburrimiento!