Muchas cosas han cambiado respecto a las últimas elecciones vascas, sobre todo en el extinto frente constitucionalista. La primera, que el PSE y el PP no van ya de la mano en abierta confrontación con el PNV. La segunda, consecuencia lógica de la anterior, que ambos partidos han cambiado de candidatos. Y la tercera, que el presidente del Gobierno español ya no ejerce, como hizo en el 2001 José María Aznar, como la punta de lanza contra el nacionalismo vasco.

El objetivo de su sustituto, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, es exactamente el contrario: abrir una nueva era de diálogo y paz en Euskadi, pero con condiciones. Paz sin pagar a cambio un precio político, pero no exenta de "esfuerzos" por parte de los demócratas, como él mismo ha advertido.

La porra del presidente

Muy aficionado a las apuestas, Zapatero se atrevió a hacer el jueves una porra sobre el resultado electoral de hoy. Su pronóstico fue: la coalición PNV-EA, encabezada por Juan José Ibarretxe, 31 diputados; 19 para el PSE de Patxi López; la popular María San Gil obtendría 15; el Partido Comunista de las Tierras Vascas (EHAK), próximo a Batasuna, cinco; Izquierda Unida/Ezker Batua, cuatro; y Aralar, uno. Un reparto de escaños con el que dos fuerzas podrían tener la llave de la gobernabilidad: los aliados de Batasuna y los socialistas vascos.

Aunque presume de sus dotes adivinatorias, lo cierto es que el presidente marró el resultado de las elecciones de EEUU, en las que dio por ganador al demócrata John Kerry. Este error revela que Zapatero, muy distante de George Bush, apuesta con la cabeza, pero también con el corazón.

El jefe del Gobierno quiere que sea el veredicto electoral el que imponga a Ibarretxe "una nueva manera de hacer política" basada en la búsqueda del consenso y la renuncia a exigencias maximalistas e imposiciones de una parte de la sociedad vasca sobre la otra. En el fondo, es lo mismo que le ha transmitido siempre en privado, y lo que dijo en público cuando el Congreso rechazó el plan soberanista del lendakari: "Señor Ibarretxe, si vivimos juntos, juntos debemos decidir".

La reforma territorial

Más allá de que el PSE mejore sus pésimos resultados del 2001, a lo que aspira Zapatero es a ejemplificar en Euskadi que la reforma de un Estatuto como el de Gernika, siempre que sea con consenso y respeto a los límites constitucionales, no debilita la cohesión de España, sino que la refuerza. Cuanto más intenso sea el reconocimiento de la pluralidad del Estado, mayor será el compromiso de los vascos con una España orgullosa de su diversidad. Ésa es la filosofía de la reforma territorial que alienta el presidente, y que sin el País Vasco quedaría a todas luces incompleta.

Debilitado en las urnas, el lendakari podría tratar de gobernar de nuevo en precaria minoría, pero no tendría más remedio que enterrar el plan Ibarretxe y acercarse al PSE con el fin de negociar un Estatuto de encaje constitucional y sacar adelante sus presupuestos.

Aparte de que así amarraría a otro posible socio en el Congreso, el Gobierno juzga pertinente esa convergencia si, como prevé Zapatero, se avecina "una de las mayores oportunidades de la historia para alcanzar el fin de la violencia". El hostigamiento policial a ETA y los mensajes de su entorno así se lo indican al Ejecutivo que sabe que un proceso de paz exigiría un pacto que incluyera desde el PP y el PNV hasta la izquierda aberzale.

Mal escenario para el PP

Para Rajoy, lo de menos es perder representación en el Parlamento vasco y sufrir su tercer revés consecutivo, tras la derrota en las generales y las europeas. Lo que más teme el líder del PP es que Ibarretxe aparque el soberanismo y tienda puentes con el PSE, máxime si ese acercamiento coincide con un proceso de paz que Zapatero capitalizaría en exclusiva.

Como jefe de la oposición, Rajoy prefiere poder culpar a Zapatero de los excesos de un PNV radicalizado. Sobre todo si la alternativa es que el PP se aísle al vetar en solitario una reforma estatutaria constitucional.