Desde 1980, socialistas y populares vascos han descrito una órbita elíptica alrededor del nacionalismo vasco. La distancia que separa a ambos bloques, aunque variable, parece eterna, movida por una desconocida fuerza centrífuga que impide a las fuerzas no nacionalistas recortar al unísono ese espacio sideral de como mínimo 160.000 votos a la que se encuentran el rompecabezas que componen el PNV, su histórica escisión de EA, las múltiples formas que adopta Batasuna y, ahora, Aralar.