Nunca llueve a gusto de todos. Algunos libaneses de la ciudad de Tiro vieron ayer cómo su único día de descanso de la semana quedaba severamente arruinado por el desembarco de los españoles. "¿Cuándo van a acabar? ¿Por qué no desembarcan entre semana?", preguntaba enfurruñado un hombre con bañador y sin camiseta desde uno de los chiringuitos de la playa del desembarco, situada junto al lujoso hotel Rex House de Tiro.

Cerveza en mano y sorprendido por una escena más propia de una película de Luis García Berlanga, Tarek Eskandar, vio cómo en su playa empezaban a aparecer vehículos anfibios, todoterrenos Hammer, soldados con boinas azules y perfectamente pertrechados para la guerra y helicópteros ensordecedores. "No me malinterpreten, gracias a ustedes podemos volver a soñar con la paz, pero este es mi único día de fiesta y quiero bañarme".

Con unanimidad todos los libaneses que asistieron al espectáculo del desembarco de los infantes de marina españoles, el segundo después del protagonizado por las tropas italianas, tuvieron un sentimiento de alivio.

"Tengo 40 años y no recuerdo casi ninguno sin guerra. Creo que con la nueva fuerza los israelís no se atreverán a atacar", dijo Mohamed el Fayyed, peluquero de profesión.

Para los españoles todo era nuevo, aunque muchos vienen con un bagaje de otras misiones en Irak, Haití o Kosovo. "Venimos muy motivados porque sabemos que la población nos quiere aquí", aseguraba Raquel Garrido, una rubia campechana y andaluza, que estuvo con los cascos azules en Haití. De los 650 militares, 77 son mujeres y 132 de origen extranjero.

No mirar a las mujeres

Para facilitar su adaptación, los expertos de la Armada y el Ejército de Tierra han entregado a los cascos azules españoles un manual de 50 páginas con instrucciones sobre cómo tratar a la población local, la mayoría chií y fiel a Hizbulá, y unas cuantas frases para chapurrear el árabe.

Esas indicaciones incluyen no fotografiar a la gente, evitar el contacto visual con las mujeres, además de no saludarlas, o no beber alcohol en público. También se refiere a las recomendaciones sobre cómo comportarse si son invitados a las casas, en un país donde la hospitalidad se considera sagrada.

El madrileño Alberto González, sargento de infantería de marina y arabista, es uno de los pocos miembros de la expedición militar que habla árabe. "Esto es un país mediterráneo, con una cultura cercana a la nuestra. Cuando fuimos a Bosnia la gente nos disparaba, pero aquí todo está tranquilo, soy muy optimista", declara sonriente.