¿Puede un debate en televisión cambiar el signo de unas elecciones? La historia nos demuestra que un cara a cara influye más en el resultado electoral cuanto más estrecha es la distancia entre los dos rivales. Si los sondeos yerran, tal es el caso del choque de esta noche entre Zapatero y Rajoy, teóricamente en situación de empate técnico. Pero hay abundantes precedentes.

EEUU descubrió los platós como plataforma democrática en 1960. El republicano Richard Nixon y el demócrata J. F. Kennedy inauguraron la tradición de los duelos. Ante audiencias millonarias, Kennedy ganó el primero con nitidez y se fajó en los otros tres. Conquistó la Casa Blanca por 100.000 votos.

Francia importó esta tradición 14 años después. El centrista Valéry Giscard d´Estaing se impuso al socialista François Mitterrand ante las cámaras y en las urnas. Ambos reconocieron después que el debate decantó el resultado. Fiel al ritual, Nicolas Sarkozy se midió en el 2007 a una Ségolène Royal al fin vencida por su propia beligerancia.

En 1993, un Felipe González en horas bajas aceptó el duelo catódico con José María Aznar. Un accidentado viaje en avión y el exceso de confianza le hicieron perder el primero, pero el segundo lo ganó por goleada y en las urnas lo hizo por la mínima: 300.000 votos.