Advirtieron de que nadie tocara nada, pero todos querían guardar algún souvenir del accidente. Los vecinos de Palomares vivieron la operación Flecha Rota, nombre utilizado por los americanos para definir un accidente nuclear, como una auténtica película de ciencia ficción. "Nos dijeron que teníamos que tirar los zapatos y la ropa que llevábamos porque podían tener radiactividad", afirma Carmen Castro, una vecina de 61 años de Palomares. A Josefina Ponce, de 57, su madre la envió con unos familiares a Barcelona "por si acaso".

Tras el accidente que iluminó el cielo de la remota pedanía almeriense, miembros del Ejército americano empezaron a desembarcar en la playa de Quitapellejos, junto a la que instalaron el campamento Wilson. "Para muchos era la primera vez que veíamos personas negras", asegura un vecino. Para otros, el accidente nuclear se convirtió en la oportunidad perfecta para poder estar un fin de semana en la capital, ya que desde 1966 un centenar de personas acude a Madrid con los gastos pagados para ser analizadas médicamente.

Las anécdotas del momento son ya casi una leyenda. Como el caso de José García, a quien le tocó custodiar una de las bombas caídas durante la noche. Tenía frío y durmió abrazado al artefacto y arropado con su paracaídas ajeno al riesgo radiactivo. Murió a los 95 años. Algunos hasta hicieron negocio, como el barbero que prestó sus servicios a los más de 100 soldados americanos del campamento.

La mayoría de vecinos mayores alaban la iniciativa de construir el museo porque, a día de hoy, no hay ni una sola placa que lo recuerde, aunque son muchos los que, hartos de la historia, se niegan a hablar. "Para los jóvenes es un tema tabú, ni siquiera en la escuela nos explicaron qué pasó", asegura Juan Haro, un joven de 28 años.