Anadie pueden gustarle los sucesos acontecidos en los alrededores del Parlament. Solo aplaudirá quien busque otra oportunidad para destruir por destruir. La indignación no justifica la coacción ni la violencia. De cualquier intensidad, contra un diputado o un transeúnte. Pero igualmente justo es reconocer que ese ni es, ni ha sido, el sello del 15M. Más bien, constituye la excepción.

Conviene también poner las cosas en perspectiva para valorar mejor su gravedad. Noviembre del 2005, en los primeros meses del cambio de Gobierno bipartito y en el Parlamento gallego: un centenar de alcaldes del PP, perfectamente organizados y sincronizados, interrumpen el pleno desde la tribuna de invitados con un sorprendente repertorio de gritos, amenazas e insultos contra sus señorías. La policía los desaloja con imágenes de espectacular crudeza. A los diputados del PP les pareció tan democrático y tan sano que, al día siguiente, ocuparon ellos la tribuna mientras los mismos alcaldes bloqueaban el acceso al Parlamento. A nadie, ni siquiera a mí, ni siquiera hoy, se le ocurrió decir que el PP fuera un peligro para la democracia, o un movimiento que hubiera traspasado las traídas y llevadas líneas rojas. En muchos de los medios hoy alarmados por el 15M, más bien se culpó al bipartito por insensible. Ya puestos a examinar talantes democráticos, qué decir de esas fiestas de la libertad de expresión y la democracia que suponen cada año los insultos y amenazas a Zapatero en el desfile de la Hispanidad; los mismos donde tantos no perciben más que sana ira ciudadana.

La máquina de machacar al 15M ya está en marcha. Si se indignan en Sol, malo para el comercio. Si lo hacen en la Ciutadella, malo para la democracia. Por lo visto, solo pueden indignarse en su casa. No se puede ilegalizar el descontento, ni prohibir la insatisfacción.

No más lecciones de democracia. Por favor. Aún sigue aguardando respuesta el malestar mayoritario por el cínico funcionamiento del sistema. También espera tanta indignación por unas políticas que solucionan los problemas de quienes crearon la crisis feroz y se han hecho ferozmente ricos. La pregunta ya no es qué van a hacer los acampados, o qué piden. La cuestión es qué van a responder las instituciones y actores interpelados.

Lo mejor del 15M ha sido su voluntad de recuperar la dimensión deliberativa de la democracia. No caigamos en el error de reemplazar un conjunto de simplezas por otro aún mayor.