Tiempo de resaca pesada. Los indignados, la clase política y buena parte de la ciudadanía intentan digerir el empacho del asedio al Parlamento catalán y el hostigamiento a los diputados. ¿Qué reflexiones, qué enseñanzas, qué conclusiones han extraído manifestantes y políticos? ¿Puede marcar este episodio un antes y un después en la trayectoria del movimiento del 15-M? ¿Y en la forma de interpretar la protesta por parte de los partidos? ¿Son recuperables las cuotas de simpatía popular perdidas el miércoles por los activistas?

Vayamos por partes. Primero, los indignados. Si bien solamente una minoría hostigó a los diputados, todos participaron en el intento de impedir el funcionamiento de la Cámara democrática. Ayer, el efecto de la resaca en el seno del movimiento era tan agudo que los activistas fueron incapaces de ofrecer un juicio común sobre los sucesos de la jornada del miércoles.

En el campo político, el efecto de la resaca no es menor. La estupefacción, la desorientación y la parálisis son más evidentes entre las formaciones de izquierda.

PROETARRAS Pero los que realmente cargaron las tintas fueron el presidente de la Generalitat (CiU), Artur Mas, y su conseller de Interior, Felip Puig. Mas no se privó de equiparar los sucesos de la Ciutadella --en cuyo interior está el edificio del Parlament-- con la kale borroka o violencia callejera proetarra en el País Vasco. Puig remachó la declaración del presidente catalán, alertando contra el surgimiento en Barcelona de un germen de "guerrilla urbana", alentado por "una minoría violenta cada vez mayor, más agresiva, mejor organizada y que hace un uso intensivo de las nuevas tecnologías".

El miércoles, ante el Parlament, hubo actos violentos muy reprobables, en efecto. Algunos de ellos probablemente son constitutivos de delito, circunstancia que ya investiga la Fiscalía de Barcelona. Pero cualquier observador objetivo que conozca la kale borroka que ha azotado durante años al País Vasco u otras experiencias, locales o foráneas, de guerrilla urbana concluirá sin ningún género de dudas que las definiciones de Mas y de Puig caen de lleno en el terreno de la hipérbole.

Otra cosa es que el Gobierno catalán pueda estar interesado en reducir el incómodo movimiento de los indignados a un problema de orden público.

INFILTRADOS En esta guerra de propaganda, los indignados tampoco se quedan mancos. Prueba de ello es la circulación masiva en internet de un vídeo en el que aparece un grupo de agentes de los Mossos camuflados entre los manifestantes frente a la Ciutadella. El vídeo se presenta como la prueba de que los policías infiltrados fueron los que provocaron y alentaron la violencia. Pero, realmente, en el vídeo los agentes no alientan ningún acto de violencia.