Cayo Lara no ha hecho honor a sus orígenes y ha pasado de Don Quijote a Sancho Panza. Nacido en Argamasilla de Alba (Ciudad Real), el lugar de La Mancha de cuyo nombre no quería acordarse Miguel de Cervantes, el líder de Izquierda Unida no ha podido convencer a sus hidalgos extremeños de que el PSOE no era un peligroso gigante de brazos largos, sino un inofensivo molino de viento. Y que la brisa socialista es un mal menor al lado del vendaval conservador. Pero la rebelión de las bases de IU costará algo más que un simple mamporro. La decisión retrotrae al período de la pinza con el PP.

El 22-M, la coalición obtuvo 192.000 votos más que en las municipales del 2007 y 696.000 más que en las generales del 2008. Se hundió en el antiguo califato de Julio Anguita, Córdoba, pero entró por primera vez en los parlamentos de Castilla y León y Extremadura, además de crecer en los de Madrid, Aragón, Asturias, Navarra y la Comunidad Valenciana. Ahora, a la baja popularidad de Lara se suma un liderazgo en entredicho. El coordinador general intervino dos veces ante el consejo regional de IU para evitar entregar la presidencia de la comunidad al popular José Antonio Monago.

En 1995, en plena caída libre de Felipe González, las municipales arrebataron al PSOE la mayoría absoluta en Extremadura. Conservó el Gobierno porque ganó, pero IU logró la presidencia del Parlamento gracias a un "acuerdo de regeneración política" con el PP. Eran los tiempos de los asiduos cafés entre Anguita y José María Aznar. Tras aquellas municipales, el califa rojo le entregó al PP su Córdoba natal y la sindical Asturias.