Durante meses se le reprochó al presidente Zapatero que no explicara con detalle qué pasó en la segunda semana de mayo del 2010, qué transformó su actitud ante la crisis y le llevó a cambiar de un día para otro su política económica. Porque cuando el 11 de mayo anunció ante los diputados su tijeretazo --una cosita de nada comparada con lo que está pasando ahora-- Zapatero había abandonado ese firme convencimiento de que podía aplicar la política que quisiera y se había plegado a los requerimientos de la UE. Vamos, que se había caído del guindo y había descubierto que en este mundo interconectado, autonomía, lo que se dice autonomía, no la tiene más que la señora Merkel.

Ahora que todos los gurús de la política española saben que el batacazo electoral del PSOE deriva de aquellas medidas impopulares y de la ausencia de un relato que justificara el cambio radical del zapaterismo, no se entiende por qué los nuevos gobernantes caen en el mismo vicio. Le ocurre al PP, que no lleva ni 100 días en el Gobierno, y le pasa también a CiU, que debió de sentir revalidados sus recortes en sanidad con su éxito en las elecciones del 20-N.

Lo peor, seguramente, no es que adopten medidas que no estaban en su programa. Lo peor es que están aplicando medidas que desecharon explícitamente antes de llegar al poder por considerarlas malas, injustas o contraindicadas. El caso más claro es la subida del IRPF establecida por Rajoy a la semana de tomar posesión, cuando un par de meses antes consideraba que ese recargo "solo traerá más paro y más recesión". La misma retahíla de declaraciones contrarias adorna el abaratamiento del despido recogido en la reforma laboral. Así que ahora que Mas ha puesto en marcha el copago --cuando lo rechazó también en campaña-- es difícil que los ciudadanos se crean que, cuando ya hayan votado los andaluces, Montoro y De Guindos no vayan a sacar de la chistera medidas del mismo cariz.

El PP goza de momento de muy buena salud. Puede incluso que un triunfo en Andalucía sea un chute vitamínico que refuerce sus defensas. Mientras, el PSOE está en fase de larga convalecencia. Pero esta crisis está demostrando una capacidad destructiva de gobiernos mayor que esas infecciones resistentes a los antibióticos. Así que debería cuidarse. La crisis por sí sola no trae la desafección de los ciudadanos. Lo que ahuyenta a los votantes es la sensación de que los políticos engañan, hacen recaer el ajuste siempre en los mismos y son incapaces de controlar a los mercados. Por eso, torres más altas pueden caer. Por eso Sarkozy peligra y Merkel le ve las orejas al todavía lejano lobo electoral.