Mariano Rajoy le ha echado un pulso a Bruselas y al Banco Central Europeo (BCE) y lo ha perdido. El presidente del Gobierno ha recibido su primer gran revés en política exterior, que se suma a la amonestación de marzo, cuando la Comisión Europea le corrigió y le impuso que el déficit este año debe cerrar en el 5,3% del PIB y no en el 5,8% como él había anunciado.

Las provocaciones y los desafíos no gustan en Bruselas. Ni en Fráncfort, sede del BCE. Pero parece que el Gobierno aún no ha tomado nota. En estas ciudades lo que funciona es la discreción, las gestiones calmadas, tal como señala un diplomático que trabajó para conseguir que España participara en las reuniones del G-20 .

Después de vivir una de las semanas más duras en la Moncloa por la nacionalización de Bankia y la escalada de la prima de riesgo, Rajoy se propuso una misión en sus viajes a Chicago, París y Bruselas: conseguir un mensaje de sus socios a favor del euro y que el BCE (al que nunca menciona) utilizara algún instrumento --inyección de liquidez o compra de deuda-- para devolver la calma a los mercados.

FACTURAS EN LOS CAJONES El jefe del Ejecutivo no logró ninguna de las dos cosas. ¿Por qué el presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, no pronunció ni siquiera una frase sobre la necesidad de "garantizar la liquidez" a los países con problemas? ¿Está tan solo el Gobierno como parece?

Fuentes diplomáticas reconocen que los viajes y la campaña liderada por el propio Rajoy tuvieron el peor prólogo posible. El nuevo desvío de las cuentas autonómicas (que elevó el déficit global del 2011 al 8,9%) y la nacionalización de Bankia, como muestra de la situación del sistema bancario español, jugaron en contra del presidente. Hasta ese momento, sus asesores repetían una y otra vez que España ya ha hecho todas las reformas y ajustes necesarios y que era el momento de recibir la ayuda de Europa. ¿Seguro?, se preguntaron sus interlocutores al ver que aparecían facturas en los cajones y la cuarta entidad financiera del país necesitaba la ayuda del Gobierno.

Sin embargo, fuentes diplomáticas niegan el aislamiento y afirman que Rajoy logró dos importantes apoyos a su petición de ayuda al BCE: el del presidente de Francia, François Hollande, y el del líder de EEUU, Barack Obama.

SIN APOYO PÚBLICO Este respaldo se ha revelado insuficiente porque ha topado con los principios que vigila la poderosa cancillera alemana, Angela Merkel, con la que Rajoy se reunió en Chicago pero de la que no ha conseguido ni una palabra en público de apoyo en estas últimas semanas negras para la economía. La versión que existe del encuentro en el barco es la que dio el presidente, cuando dijo que Merkel apoya sus reformas. Es el tipo de comunicación que común en diplomacia que permite a una de las partes callar cuando no tiene nada bueno que decir al respecto.

Merkel, señalan fuentes gubernamentales, es la que puede ayudar a solucionar el acoso de los mercados en estos momentos --"en 24 horas", como decía esta semana Rajoy-- y Hollande se percibe como un socio a medio plazo, puesto que se ha erigido en defensor de las políticas de crecimiento y los eurobonos.

Sin embargo, la dirigente alemana, valedora de la austeridad, se resiste a respaldar que el BCE inyecte liquidez porque sus estatutos no lo permiten. Merkel se enfrenta a elecciones en el 2013; los últimos comicios regionales no le han ido bien y no quiere dar razones a sus ciudadanos para que entreguen el poder a los socialdemócratas.

Esos manguerazos de dinero del BCE pueden disparar los precios y en la mente de los alemanes está el recuerdo de la hiperinflación de los años 20 que, para muchos analistas, fue clave para el ascenso del nazismo. Esta experiencia y otra más reciente, como los ajustes que el país germano hizo a final de los 90 y a principios de este siglo, hacen sospechar a los alemanes que la situación de Grecia, Portugal, Irlanda y, en menor medida, de Italia y España se debe a que han vivido demasiado bien mientras ellos se apretaban el cinturón.

SEMANAS DIFÍCILES El Gobierno español se enfrenta a unas semanas complicadas y fuentes del Ejecutivo dan por hecho que será así hasta final de junio. A mitad de mes se despejará la incógnita del futuro de los griegos --que decidirán si gobierna la izquierda radical antieuropea o la coalición que apuesta por seguir en el euro-- y se conocerá el examen a la banca española. Dos asuntos que estarán presentes en la cumbre anual del G-20, en México, los días 17 y 18.

Antes de eso, este miércoles el Gobierno deberá escuchar qué opina la Comisión Europea de su lucha contra el déficit y si cree que los Presupuestos permitirán a España cerrar el año con un déficit del 5,3%. Otra semana en la que cualquier frase de más podrá disparar la prima de riesgo y aumentar la desconfianza.