Solo. Junto a un Príncipe que sonrió más que de costumbre en uno de los actos más complicados de su agenda, Carlos Dívar llegó a estar ayer en algunos momentos inacabables sin hablar con nadie, pero con todo el mundo observando su reveladora soledad.

En el que debía ser uno de los días más importantes de su carrera, porque presidía los actos del bicentenario del Tribunal Supremo, que llevaba tiempo preparando, Dívar aguantó como pudo el vacío con el que muchos respondieron a su actitud de aferrarse al cargo sin dar explicaciones de los 32 viajes en los que combinó la agenda oficial con actividades privadas, a cargó al erario público.

El aperitivo que se sirvió en el solemne salón de los pasos perdidos sirvió para escenificar aún más la soledad de Dívar. "Ánimo", y tras el deseo, un rápido abrazo o unas palmadas ligeras en la espalda. Para ese sobrio ritual desfilaron los pocos que se atrevieron a acercarse a saludar al que durante años fue la referencia judicial en España. La escena, más propia de un funeral, la protagonizó un Carlos Dívar que a modo de cabeza de familia recibió el pésame de los invitados.

Un destacado miembro de la Fiscalía General del Estado reconoció a este periódico que el acto había quedado "bastante deslucido", y coincidió con otro fiscal en que la celebración se debería haber aplazado para evitar "el mal trago" de Dívar y la enorme tristeza con la que se estaba celebrando los 200 años del Tribunal Supremo.