A las 16.10 horas del 19 de junio de 1987 estalló en el aparcamiento de Hipercor la bomba que ETA colocó en el interior de un Ford Sierra y que pasó a la historia como el atentado más mortífero de la banda. Unos 20 minutos más tarde ya estaban allí la Guardia Urbana, los bomberos y las ambulancias. "La primera impresión al ver el lugar de la explosión fue tremenda. Estábamos delante de un hecho de consecuencias imprevisibles, que superaba cualquier dimensión conocida", recuerda ahora Josep Lluís Sangüesa, jefe del cuerpo de bomberos de Barcelona aquellos días y hoy jubilado.

Y es que nadie podía prever tal grado de terror. "Estaba tan oscuro allí dentro que ni las linternas alumbraban. Nos guiábamos con las mangueras de los primeros que entraron", explica el propio Sangüesa.

Los momentos posteriores a la detonación fueron de "caos total", rememora Ángel Abad, coordinador de Protección Ciudadana. Los servicios municipales se encontraban en plena estructuración. "No estábamos preparados para aquel desastre", coincide el entonces regidor Guerau Ruiz Pena. Algo tan básico hoy cuando sucede una catástrofe de estas dimensiones como es la atención psicológica a los afectados no existía entonces.

Ruiz Pena estaba en su casa cuando estalló el coche bomba. Había acabado de almorzar y recibió la fatídica llamada de aviso. Inmediatamente se trasladó hasta el lugar de los hechos para coordinar los efectivos municipales: Guardia Urbana, bomberos, ambulancias y asistentes sociales. Abad, su mano derecha en la concejalía, recuerda que se destinaron todos los medios disponibles. ñLa movilización fue absolutaO, subraya. Aquellos que no se encontraban de servicio fueron requeridos y solo se dejó un remanente de guardia por si surgía otra contingencia.

Todas la patrullas de la Guardia Urbana de la derecha del Ensanche acudieron al lugar. "Unos 15 agentes entraron para ayudar a las víctimas y practicarles los primeros auxilios", explica Julián Delgado, entonces jefe del cuerpo. "Aún recuerdo cómo salían los policías manchados de negro por el humo y los cadáveres carbonizados en las camillas", añade. Los hospitales también se pusieron en alerta, preparados para atender a los más de 30 heridos. La mayoría fue a parar al Vall d'Hebron, con un servicio de quemados. ETA puso a prueba su efectividad.

ORGANIZACIÓN DE SERVICIOS Aquella tarde fue muy larga. Y al día siguiente aún se recuperaron restos humanos. Pero el ataque de ETA tuvo dos consecuencias muy importantes: "Se rompió toda conexión de la sociedad catalana con la banda terrorista --HB había dado incluso mítines en Gràcia-- y se organizaron los servicios municipales del modo en que los conocemos ahora", resume ahora Ruiz Pena.