Los hay de Castellón (Alberto Asarta), Valencia, León, La Coruña, Salamanca, Huelva, Almería, Melilla, Granada, Toledo, Badajoz, Valladolid, Cantabria, Las Palmas y Madrid, y aseguran las fuentes consultadas que los descontentos no dejan de crecer. Militantes de base de Vox disgustados con la formación «a dedo» de las listas electorales preparan una plataforma que ya tiene nombre provisional: «Afectados por Vox».

Tienen en común la veteranía en un censo de afiliados que ha pasado en dos años de 3.600 a 36.000, el ser «gente que se ha currado el partido» - -dice una directiva local madrileña- - y verse desplazados en las listas y los órganos de decisión por fichajes que ni siquiera llegan con el carné de afiliado.

Whatsapp, la herramienta preferida por Vox para difundir sus eslóganes, es también la vía que canaliza el enfado de sus bases. Las noticias de decisiones del partido se comentan críticamente en tres chats que llevan encendidos -o incendiados- tres semanas. «Como la propuesta de la tenencia libre de armas, que no gusta a nadie», comenta un coordinador local castellano. «Es una sandez», ataja una compañera suya en labores de dirección en Cantabria.

«La plataforma es aún un embrión», aclara una excoordinadora municipal de Vox en Cantabria, donde el amigo personal de Abascal Ricardo Garrudo, empresario quebrado, ha tomado las listas. Es uno de los focos más calientes de descontento, en rivalidad con Valencia, donde la dirección nacional ha impuesto al exdirigente del PP Ignacio Gil Lázaro. «Están despreciando a la base», comenta un veterano de la periferia de Madrid, curtido en las mesas petitorias con banderas los fines de semana. «Entre todos los que hemos aupado a Abascal y su gente estos años, ¿no hay nadie que les valga?», se lamenta desde Cantabria su compañera. En defensa de la dirección nacional, Javier Pérez, secretario general de Vox Madrid, recuerda que «ser coordinador local no implica necesariamente ir en listas», y añade que entre los descontentos «hay gente que se quería presentar para montarse el chiringuito personal».

Ha sido decisiva para esta ola de descontento la eliminación de las primarias de los estatutos de Vox. Coordinadores de diversas ciudades habían reservado hotel en Madrid para un congreso del partido el 23 de febrero en el Teatro Bellas Artes. En el orden del día, el punto tres aludía a que se trataría una «actualización de los estatutos y demás normativa interna a la nueva situación de Vox», o sea, la expansión que vive el partido. Un «Equipo de Secretaría General» firmó el correo electrónico que, el 24 de enero, informó a los militantes.

Pero el 18 de febrero les llegó un email con la misma firma sin nombres que les informó a los afiliados de base que no podrían acudir a la cita, que solo podrían ir los equipos directivos por «las condiciones limitadas de espacio». Al día siguiente, el secretario general, Javier Ortega Smith, animó por email a los afiliados a votar, no a candidatos, sino el cambio de estatutos, porque «el rápido crecimiento del partido (...) está atrayendo a personas que quieren servirse de las instituciones a través del partido».

El siguiente email llegó el mismo 23 de febrero poco antes de las 19,00, y para informar de los resultados de la votación: el cambio de los estatutos quedaba aprobado por el 93,35 por ciento de sufragios. Otros cambios obtenían parecidas búlgaras mayorías: 95,99 para los nuevos procedimientos electorales, 97,05 para un código ético. «¿Y quién nos garantiza que fue ese el resultado? ¿Y esos porcentajes sobre cuántos votos emitidos? -pregunta el coordinador local castellano-. Nadie audita esas elecciones, ni hay compromisarios durante la votación ni se conoce el censo».

Defiende la decisión de acabar con las primarias el secretario general madrileño, teólogo de formación, Javier Pérez: «La democracia interna del partido se mantiene, porque son los afiliados quienes eligen a los comités ejecutivos provinciales».

«Yo nunca he sido partidario de las primarias, porque son manipulables -dice el excoordinador leonés Gregorio García Aller-. Pero es que, si se quitan las primarias para que nadie pueda reprochar a la dirección que nombran a dedo a quien les dé la gana, estamos entrando en otro terreno». Todo esto provoca «una dictadura total de Madrid sobre los comités ejecutivos de las provincias».

La voz de García Aller es la que se oye más alto en este mar de fondo. Fue candidato de Vox a la alcaldía de León en las municipales de 2015 y militante «desde que Vox tenía un mes», recuerda. Ahora ha decidido darse de baja «por la deriva que está tomando el partido - -explica- -. Me considero engañado».

García Aller se ha paseado durante años por cuantos foros leoneses han querido escucharle el mensaje de que Vox no era de extrema derecha, sino «liberal y conservador». Y el partido, hoy, «ya no está en esas coordenadas», dice este empresario de la comunicación. El leonés lamenta la confección de unas listas «en las que está entrando gente procedente de Fuerza Nueva, Democracia Nacional, el Opus Dei...».

La acumulación de fichajes de militares retirados también aviva el fuego. «No está mal que haya militares, por supuesto, pero ¿y la gente de la cultura? ¿y la gente de la ciencia?», se pregunta una excoordinadora local cántabra. García Aller lo explica desde otra perspectiva: «No me parece mal que se incorporen militares retirados. Otra cosa muy diferente es quiénes sean cada uno. Entre esos militares hay personas que hace cuatro días han firmado un manifiesto a favor de Franco. Y Vox no es el foro para defender a Franco».