La derecha acude al 10-N dividida. Pablo Casado quería unir el PP a Ciudadanos y Vox bajo una marca electoral común ('España Suma', la bautizó) que reclamó en plan campaña publicitaria durante semanas, aunque sabía que en este momento de hiperliderazgos (también el suyo) eso era imposible. Cada uno de esos tres partidos se somete a las urnas con un objetivo muy diferente: el presidente de los populares quiere recuperar espacio para ganar entidad en la oposición; Albert Rivera espera no hundirse y poder ser clave (aunque sea apoyando a Pedro Sánchez) y Santiago Abascal, demostrar que llegó en abril para quedarse y seguir creciendo. Porque, en privado, sin las fanfarrias ni los escenarios de los mítines, dirigentes de los tres partidos han admitido a este diario que tienen muy difícil que su bloque sume más escaños que el de la izquierda y los nacionalistas e independentistas.

En la sede del PP de Madrid, en la calle Génova, la prioridad número uno en esta campaña es recuperarse del hundimiento de abril (cuando cayeron hasta los 66 escaños) y tratar de comerle todo el terreno posible a Ciudadanos. Ese es el primer asalto. Casado vuelve a vender que encabeza un partido de "centro-derecha" y "moderado" para ganarse al votante naranja que está desconcertado con los vaivenes de Rivera, al que se le ha olvidado ya la corrupción que estalló en la era de Mariano Rajoy y al que ahora intentan ganarse con la "experiencia" del PP en materia económica. Para otro asalto, todavía sin fecha, queda Vox. Según fuentes del núcleo duro de Casado, cuando vieron que el calendario electoral tendría la sentencia del 'procés' y la exhumación de Franco como variables claves aunguraron que Abascal tenía "la campaña hecha" y decidió no competir por ese voto que "se deja llevar por el corazón y no por la razón". "Pedro Sánchez y Santiago Abascal tienen intereses comunes y Abascal se está aprovechando", se lamenta una exministra del equipo del PP. La traducción en las encuestas es clara: el PP es premiado por su vuelta al centro, pero Vox da un salto hasta los 40 escaños en algunos sondeos espoleado por el independentismo catalán y el desentierro del dictador. Además, en Génova temen que si se producen nuevos disturbios, con la visita del Rey a Barcelona el lunes o durante las jornadas de reflexión y votación, el miedo a la violencia en las calles catalanas les haga crecer todavía más.

Los conservadores, que llevan ya semanas de campaña, como el resto de partidos, han comprobado cómo les cuesta recuperar al votante que eligió a Abascal en abril. "Me estoy encontrando a muchos que no vuelven. Me paro a hablar con ellos y veo que su voto es irracional, pasional, sanguíneo, de hígado", se lamenta un cabeza de lista del PP por teléfono desde un pueblo de la España vaciada.

"LA FUERZA TRANQUILA"

Casado tiene la tentación de elevar el tono con Cataluña y esta semana lo ha hecho en dos ocasiones, aunque fuentes de su equipo aseguran que el objetivo es continuar con el discurso "templado" y de "'seny". El líder del PP llegó a decir el miércoles que la Generalitat está detrás de la adquisición de material explosivo del Equip de Resposta Tàctica (ERT) y, el jueves, acusó a Quim Torra de alentar "la rebelión y la insurrección". Esas declaraciones fueron "respuestas reflejo" ante el aumento de la tensión en Cataluña, pero no es la línea que Casado quiere seguir. "Somos el partido de la nueva mayoría de la fuerza tranquila", proclamó este viernes en Vitoria.

Y con todas las encuestas en la mano, la suma que siempre da es la del PSOE y la del PP. Tanto Sánchez como Casado niegan que puedan pactar una "gran coalición" al estilo alemán, pero no se entretienen (y no la admitirán en campaña) en la fórmula más realista y que comprometería menos a ambos: la abstención del PP para que la nueva legislatura echara a andar.

En la formación popular esa posibilidad ya empezó a plantearse en las reuniones cuando se supo que se repetían las elecciones. Según algunos dirigentes que han hablado del asunto con Casado, el presidente de los conservadores ya ha podido escuchar cómo algunos de sus compañeros de filas defienden esa opción a cambio de una lista de condiciones, que podría incluir líneas rojas en el tema de Cataluña, el cumplimiento del déficit, la subida de impuestos, las pensiones y la educación. Ese visado a Sánchez, defiende una persona del equipo de Casado, era imposible estos meses atrás con 66 escaños, pero no después del 10-N, con un grupo parlamentario (se prevé) más amplio y el riesgo de que España siga sin Gobierno. "El PP es un partido de Estado", exclama una diputada.