Bombero, policía, oficial del Ejército, guardaespaldas, cinturón negro séptimo dan de kárate y seleccionador búlgaro de esta disciplina, e incluso jugador de fútbol de Segunda División habiendo rebasado ya el medio siglo de vida. El currículum de Boiko Borisov es tan prolífico y variopinto que hasta cuesta creer que no fuera el aficionado amateur que el año pasado descubrió y dio nombre al cometa interestelar Borisov.

El habilidoso estilo de este dirigente, nacido hace 60 años en el seno de una familia media de la Bulgaria comunista, le ha servido para forjarse una de las más longevas carreras en la Europa coetánea. Pero lo que luce como el currículum brillante de un hombre hecho a sí mismo se ensombrece al reparar en sus gestos. Sus detractores apuntan al populismo de sus formas y a ser incapaz de acometer las reformas socioeconómicas de un país sobre el que recae la etiqueta de ser el más pobre y corrupto de la Europa comunitaria.

Aterrizó en política en el 2001 como hombre de confianza en la etapa presidencial del rey Simeón para coordinar la lucha contra la mafia búlgara. Antes había sido su guardaespaldas, como lo fuera años atrás de Todor Zhivkov, después de que el líder del Partido Comunista de Bulgaria fuera destituido. Su fama de hombre de acción, su pragmatismo y su gusto por el negro le han valido el sobrenombre de Batman y le han granjeado la fidelidad de una legión de votantes. Apenas 4 años después ya volaba solo y lograba la alcaldía de Sofía con una formación nueva, Ciudadanos por el Desarrollo Europeo de Bulgaria (GRB), fundada como oenegé. Tras completar el mandato, se postuló para liderar el Gobierno de Bulgaria.